Sólo la emoción perdura
Nació en Buenos Aires, un 17 de agosto, hace cincuenta y tres años. Sol de otoño, su reciente trabajo como
director de cine, dio lugar a que Norma Aleandro fuera premiada como mejor
actriz en el Festival de Cine de San Sebastián. Está filmando El faro, la historia de dos hermanas.
Cuatro semanas fueron rodadas en Uruguay (Colonia, Santa Lucía, Montevideo y José Ignacio) y otras
cuatro en Buenos Aires. La post-producción se realizará en España. La
protagonista de El faro es la actriz
española Ingrid Rubio. Actúan también Ricardo Darín, Norberto Díaz, Boy Olmi,
Jorge Marrale, Jimena Barón y Florencia Bertotti y participa Norma Aleandro.
Mignogna prevé el estreno para el mes de abril.
Próximos a su
escritorio algunos videocassettes dan señales de preferencia por Akira
Kurosawa, Bergman, Ettore Scola. Entre sus libros, El cine según Hitchcock -la larga entrevista de François Truffaut-
encamina la conversación. Dice Mignogna que admira, del legendario director
inglés, su capacidad para mostrar los pensamientos de los personajes con
recursos visuales, más que por palabras, estableciendo complicidad con el
público por medio de informaciones sutiles.
-Usted es un contador de
historias. ¿Cómo es la suya?
-Fui hijo único. Viví en un barrio de Buenos Aires, Villa Pueyrredón,
cerca de Villa del Parque. Mis padres se adoraban. Vivían muy felices. Mi padre
trabajó siempre como pianista de tangos. Fue un tipo encantador, lleno de
amigos. Mi abuelo fue jefe de la estación del ferrocarril de Los Cardales, un
pueblo de la provincia de Buenos Aires. En su casa yo pasaba los veranos.
Jugaba en la estación, en los vagones vacíos, con los boletos. Mi abuelo usaba
un reloj de bolsillo que, al abrirse, mostraba impreso el recorrido del tren.
Desde entonces siempre, en mi vida, en mis relatos, aparecen los trenes. De
aquella época me quedó algo por lo que nunca termino de ser urbano: algo de
perder la mirada en un horizonte... La pampa es siempre igual, pero tiene un
encanto deslumbrante. Mis bisabuelos vinieron de Italia, ya con un hijo.
Pusieron una joyería. El. además, formaba parte de una banda de música. Al
casarnos, mi mujer y yo enviamos. como participación. una foto de esos
italianos acriollados, que murieron de viejos, con todos sus dientes. tomando
vino con sandía, haciendo diabluras. Sus cinco nietos estudiaron cello,
piano... y, todos, fueron concertistas. Mi padre se abrió otro camino: de día
tocaba con el maestro Scaramuza y por las noches, saltaba las paredes del gran
caserón donde vivía, en Palermo, y se iba a tocar con Aníbal Troilo. Fue el
pianista de su primera orquesta, de la que hay una foto en el restorán
"Pichuco", de Horacio Ferrer.
-¿ Y usted ?
-Además de ir al colegio y jugar al basketball, tenía mis insomnios y
escribía poesía desde los trece, catorce años.
Un día, dejé el deporte (había llegado a jugar en primera) y el camino
preparado acá. Crucé a Europa.
-¿ Por qué ?
-Porque no tenía más ganas ni de jugar al basketball ni de seguir yendo
al club ni de seguir haciendo la vida que hacía. A los veinte años saqué un
pasaje de ida y me fui.
-¿Qué lo atraía de Europa?
-Un lugar, de donde habían salido mis bisabuelos. Cuando insinué que me
iba... y mi madre insinuó que no... mi padre influyó finamente para que yo
hiciera lo que quería.
-Muy generoso de su parte.
- No sé si yo lo haría por mis hijos. El sabía que no me iba por seis
meses. Me iba por más.
-Y era otra época, más
dificil para comunicarse.
-Si. Era 1964. El viaje demoró 28 días. Subí al barco con un primo mío,
Norberto. Un primo-amigo. El, andando el tiempo, se quedó en Madrid. Se casó
allí.
El
VIAJE
-¿No fueron directamente a
Italia?
-Viví mucho, primero, en España. A España le debo el primer contacto
con la literatura, con la edición (me publicaron poemas) y el primer contacto
con una ideología (los republicanos). Conocí a gente que me ayudó en la vida.
Todos mayores que yo -de 45, 50 años- que me invitaban a sus peñas, tan
tradicionales, de los cafés madrileños, en el '65. Me abrieron las puertas de
un mundo. Italia me dio un reencuentro con mis raíces. España me lanzó a la
vida.
- ¿A quiénes conoció en las
peñas madrileñas?
-En su mayoría. escritores, poetas. Don José Bergamín, el primero.
También conocí al hijo de don Ramón del Valle Inclán, que usaba la misma barba
que su padre. Entre ellos yo me sentaba. pedía un café (casi todos preferían
horchata, esa bebida hecha con almendras) v oía lo que hablaban. ¡Con aquel
tono v aquel humor! Los trataba de usted v me decían: -Dame el tú. dame el tú!.
Me contaban cosas maravillosas. Una vez me presentaron a Rafael Albeni. En ese
café madrileño también veía a Perón, que se sentaba en la mesa de al lado.
- Qué café era ése:
- El Sahara. La peña del café
Sahara. Había tres grandes peñas. La
otra era la de El ferroviario -un
café que está frente a la fuente de Cibeles, en el centro de Madrid -que es muy
lindo y en el que todavía está la mesa donde se sentaban García Lorca. Miguel
Hernández... Y la tercera era la peña del Café
de Pombo. Eran unos personajes románticos. Con una ideología... y con
ramalazos cristianos y monárquicos... ¡ una cosa tan difícil de entender estos
españoles! Partidos en dos por la guerra civil...
- ¿De qué vivió en España,
en Italia?
- Primero, en Madrid. trabajé en una empresa que conseguía informes
comerciales. Así conocí todo Madrid, pateando a lo bestia. En Roma, durante
bastante tiempo lavé platos (que es muy duro) en una trattoria que tenía también su parte divertida: la gente. Tuve ese
trabajo unos seis meses, hasta que pude entrar en ANSA, la agencia de noticias.
Fue una buena escuela. Tuve una novia, una alemana jovencita. Y de repente, me
volví.
- ¿Después de...?
-.Seis años. Estuvo bien volver.
El
SONIDO
-A la semana de llegar a Buenos Aires entré a trabajar en una compañía
de cine publicitario. Ahi empecé a escribir guiones para publicidad y para cine
de dibujo animado. Empezaba una época azarosa, la década dcl '7(). El sonidista
se fue y su trabajo me lo confiaron a mí. ¡Mi primer trabajo en cine! Me sirvió
mucho. Hacía columnas sonoras.
-A propósito, en Sol de otoño se destaca la buena calidad
del sonido.
-Porque está vivo; importa mucho la vida del diagrama de sonido. La
música fue grabada en el estudio de un uruguayo, Carlos Pinz.
-¿Cómo es eso del diagrama
de sonido?
-Hay escenas sin diálogo. Me gustaba que se sintiera, a veces, el
sonido del ascensor. A veces, un cello: ese trío de Schubert... Me importa no
regalar un centímetro de lo que pueda ser...
-Expresivo.
- Claro. En eso. el cine francés es maravilloso. El cine americano es
impecable: su técnica, muchas pistas de sonido, mezclan bandas... pero las
grandes ideas las he visto en el cine francés. Godard, que acentúa la paranoia
del protagonista, en Pierrot le fou,
cuando al apagar el cigarrillo en un cenicero hace un ruido descomunal... Los
italianos, en cambio, desprecian esa posibilidad. Fellini les hacía recitar
números a sus actores y después los doblaba. En El decamerón trabajaron amigos suyos (el dueño de la trattoria donde él iba a comer) que no
eran actores esto está en todas sus filmografías -recitaban due, otto, sette, venti y después los
doblaban. El sonido del cine italiano solía ser pésimo. Pero tienen otras
características, tan expresivas y es tan desbordante... Con Visconti aparece el
mundo en off. El mundo comienza a
tener toda una respiración, a espaldas de los protagonistas. Antes sólo
importaba lo que se veía.
- No el trasfondo de la
vida.
-No. Y esas son cosas que, cuando se suman, cuentan. Después, la
televisión colombiana me invitó a hacer, en su país, una miniserie sobre La mala hora, de Gabriel García
Márquez Filmé la presentación, en
16 mm., en el río Magdalena. Fue lo primero que hice en cine paisajes de la
gran inundación que él describe en La
mala hora. García Márquez me contó cómo era Aracataca. toda esa zona donde
está el imaginario de Macondo. La primera toma. en un cementerio inundado, en
Malangué. La hicimos en un bote, entrando en ese pueblo. La inundación tenia
tres metros. Veíamos sólo los techos de las quintas. Paramos los motores del bote
y filmamos...
Mientras tanto, seguía escribiendo Cuatrocasas,
un libro de cuentos. Pasaba la vida. Me casaba. Me descasaba. Tuve un hijo.
El
AFECTO POR ONETTI
-En mi primer matrimonio íbamos mucho a Uruguay, a Atlántida. Como
corresponde a un lector de Marcha, el
semanario que dirigía Carlos Quijano, cuando concluí Cuatrocasas lo presenté al premio Casa de las Améncas. Lo gané y
así conocí a Juan Carlos Onetti, que era parte del jurado y que me dijo: “Cuatrocasas” por la estructura es una
novela: si lo hubieras presentado en novela ganabas''. Cada capítulo es un
cuento en sí mismo; todos juntos forman la historia de un pueblo. Cuentos o
novela me valieron además del premio una muy buena relación con Onetti y con
Cortázar, que fue quien me eligió. Después seguí yendo a visitar a Onetti
periódicamente. Cada quince días, a tomar un tecito en su casa de Gonzalo
Ramírez.
Mi chiquito. Sebastián (que ahora tiene veintiséis años), entonces, en
el '70, tenía menos de un año. Un día, cuando me pasaron a buscar, Juan quiso
bajar a conocerlo. Bajó, en pantuflas, con chaqueta y corbata, que siempre
tenía puestos. Le hizo unos jueguitos a mi hijo antes de decirnos: "Vayan,
vayan nomás". Dolly, su mujer, me contó después que hacía como cinco meses
que no bajaba a la calle. Pasaron muchos años: Juan vivía en Madrid y yo
también; si lo hacía acordar de esto, se sonreía: "Son patrañas tuyas...
para prestigiarte''.
EXILIO
Y REGRESO
-Mi segundo viaje a España fue en el '76. Esa vez me fui obligado, como
muchos. Había ganado el Casa de las Américas: había colaborado con la revista
Crisis con reportajes, desde Colombia, uno de ellos a Gabo (García Márquez. Me
entrevistaron, a su vez en La Opinión. Después, empecé a recibir amenazas. Me
fui. Viví mucho en Madrid. Me trasladaba con frecuencia a Sitges, un balneario
cercano a Barcelona, que no llega a los diez mil habitantes. Allí, en Sitges,
viví muy bien. Con una bicicleta y un barquito qué tenía. Salía a remar. Tenía
amigos en el pueblo. Uno de ellos, el vasco Porrúa, editor. Buen consejero de
literatura. Yo le mostraba mis cuentos.
- Hasta entonces usted había trabajado más como escritor que como
director de cine.
- Había dirigido, en Buenos Aires, comerciales, documentales. Pero
nunca nada de ficción, largo. Comencé a dirigir recién en 1981. cuando pude
volver a Buenos Aires. Hicimos Evita,
quien quiera oír que oiga, que fue un largometraje aunque, conceptualmente,
era un documental.
-Actualmente coincidieron otras dos películas sobre Eva Perón, la
prtatagonizada por Madonna y la filmada por Desanzo con Esther Goris como
protagonista. ¿Qué le interesó a usted, en 1981, para realizar una película sobre ella?
-No fue una idea mía; fue una idea que acepté. Vengo de una casa de
radicales y socialistas, no peronistas. Nunca me había interesado en ella. Pero cuando empecé a trabajar el tema
descubrí una Evita de quince años, que me conmovió mucho. Filmé su viaje a
Buenos Aires desde Junín, enfrentándose como cualquier mujer, a esa sociedad
nuestra patriarcal, machista, en 1935.
QUEDA
LA EMOCION
-Sus otros largometrajes son
Flop (sobre Florencio Parravicini y
los comienzos del teatro argentino) y Sol
de otoño, en la que Clara Goldstein, es judia y Raúl Ferraro es uruguayo.
¿Cómo se le ocurrió filmar esta historia de amor?
- Hice un cuento corto, un par de páginas, que, con aportes de Carlos
Oves, se transformó en una escaleta, un tratamiento cinematográfico. La
historia encontró la buena suerte de ser dicha y actuada por Norma y Federico.
-Muestra cosas que deseamos vivir: generosidad para entender al otro.
-Sí.
-Permitirse amar sin orgullo, sin defensas.
-Sí, sí. Eso se expresó con calidez gracias a ellos, que son
maravillosos. Los actores modifican lo que uno imaginó: lo transforman en
posible y tangible. ¡Verlos moverse y decir el texto! No pierdo nunca ese
regocijo -tan ingenuo- de escuchar
aquello que escribí con una remota posibilidad de que se actuara... esa
felicidad de ver cómo viven las palabras y se emocionan y me pasan la emoción.
-¿ Cómo filma?
- Una película tiene que tener armonía. Armonía técnica: que no haya
contradicciones en los desplazamientos, armonía de una toma a otra, que no se
choquen los zoom, que no se peguen los travelling.
Que no haya excesos. Se cuida la forma. Yo no cuidé nada, esta vez. Surgía de ellos
tal bonhomía, tal acuerdo... con el director de fotografía tratábamos de
solucionar problemas técnicos, para que se pudieran mover libremente. Hay tomas
que duran siete u ocho minutos, como el diálogo cn la cocina, cuando ella llega
y él le ofrece...
-Grappa.
-Sí, grappa. Y todo lo que ella quiera aceptar. Luppi fue capaz de dar
al personaje de Ferraro una franqueza y una capacidad de ternura... Claro,
Ferraro es uruguayo.
-¿Imagina así a los
uruguayos?
- Los conozco así. Uno de mis amigos uruguayos, Rafael González, fue mi
asesor para ese personaje. Decidí que fuera marquero como un pretexto para
ejercer ese refinamiento natural que siempre encuentro en los uruguayos, en sus
opiniones, en su percepción de la vida.
-¿ Y Clara Goldstein ?
-Al principio siente un gran temor a modificar su mundo tan organizado,
tan meticuloso.
-Aunque la vida la ronda y la sobresalta.
-Ajá. Esos chicos de la calle. O esos vecinos que a veces pelean, a
veces hacen el amor.
-¿Por qué le cuesta tanto a
Clara mostrarse? No quiere demostrar que sabe
bailar; no quiere demostrar afecto...
-No acepta emocionarse .
-Solamente cuando piensa que... que él se puede morir..
-Le confiesa su amor. Justo cuando él no la escucha.
-Asi pasa.
-¡Lo más importante que uno tiene para decir, no es escuchado! ¡Y uno
no lo va a repetir!
-No, no lo va a repetir.
-Salvo que quiera ser feliz. Ferraro quiere ser feliz.
-¿Y Clara? ¿Qué hace con sus miedos?
-Los tiene. Pero se lanza. Le hace caso a su emoción. Hay cosas que uno
cree que no pasan más que a los veinte años, que no va a volver a verse en
encrucijadas. Pero uno es siempre el mismo, me parece. Mi madre me dice eso.
Ella no se modificó por dentro. Me lo ha dicho: "Me veo distinta en el espejo, pero me siento igual".
Creemos que aprendemos a defendernos de sentir cosas. ¡Qué se va a aprender!
Siempre se vuelve a hacer apuestas cuando estamos en el umbral de perderlas.
Tal vez hay un poco más de dolor que superar, más miedos que dejar de lado.
Pero se puede permitir que gane la emoción.
SOBRE EL CINE ARGENTINO
- Hay películas que me han gustado. Otras que no. Las que me gustaron
son algunas de Lautaro Murúa. Shunko,
Alias Gardelito, una parte de La
Raulito... Me gustó Torres Ríos (el padre de Torre Nilsson); me gustó como
filmaba -no lo que filmaba- Daniel Tinayre, un gran artesano. Me gustaron
algunas cosas de Hugo del Carril y otras de Lucas Demare. Y algunos guiones:
algunas participaciones de Homero Manzi y del maravilloso viejito paraguayo:
Augusto Roa Bastos.
-¿Participación en qué?
-En el guión de Shunko
trabajó con Lautaro. El cuento es de Jorgre W. Abalos. Y la adaptación la
hicieron con Roa Bastos, que es un ser delicioso. No soy muy seguidor del cine
argentino. Es un poco errático. Es un juego caro, el cinc. Los productores
entran y salen, a la disparada.
-¿Cómo es eso?
-Pocas veces recuperan la inversión. Muchas veces quedan desencantados.
Son seducidos para entrar pero después se tiene una actitud pedante hacia. Es
como si lo que pusieran (que, finalmente, permitió realizar un proyecto) fuera
poca cosa dentro de un proyecto supuestamente genial.
-¿Mejora el cine argentino?
- Ciertos aspectos van por mejor camino. En las escuelas de cine se
presta atención a la infraestructura, al guión; se escribe mejor, me parece. Se
hacen concursos de guiones. Y se contempla además la posibilidad de que sean
factibles. Porque si se comienza con un diseño muy caro que después debe irse
acotando por necesidad, se pierde efectividad.
-Sol de otoño no parece
costosa.
- Con los primeros 120.000 espectadores pudo recuperar la inversión,
que fue de un millón doscientos mil dólares; es decir, está en el mínimo de
costos: Creo que hay una tendencia a buscar lo extravagante o lo caro cuando
faltan ideas. Uno trata de suplir... como en la época que yo fumaba: fumaba dos
cigarrillos a la vez cuando no se me ocurría nada. Me daba cuenta que lo hacía
por eso. ¡Y había días tan poco ocurrentes que fumaba dos paquetes!
-¿Qué es lo que hace memorable una película?
-La emoción. Alberto Obligado -un ser delicioso, padre de diez hijas,
productor y amigo que me ha acompañado a Misiones, donde hicimos la miniserie
sobre Horacio Quiroga- suele
repetir una frase que me gusta mucho citando, creo, a Ezra Pound: "sólo la emoción perdura".
Por lo que sé, la emoción y la verdad van juntas. Y hay algo en mí que busca
profundamente en el corazón humano toda la sinceridad disponible. Suelo
encontrarla.
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