Entrevista al director de cine Eduardo Mignogna
por Ana Larravide (desde Buenos
Aires)
Filmar lo invisible
EL VIENTO, la
última película del argentino Eduardo Mignogna se estrenó en agosto en Buenos
Aires y se verá también en Montevideo. Eduardo Mignogna consigue filmar lo
invisible. El viento no es un temporal arrasador manifestado en destrozos
dramáticos. Es un rumor —un prodigio del sonido, tan cuidado siempre por
Mignogna— ese viento que rodea la casa del protagonista Frank Osorio, y lo
acompaña al cementerio a enterrar a su hija. La historia irá revelando otros
aspectos invisibles, tan persistentes en la vida de Frank como ese murmullo
insoslayable.
UN WESTERN
—Venís de
presentar El viento en España.
—Vuelvo feliz.
Al estrenar un film lo que a uno le preocupa es la comprensión: "¿esto se
entenderá?" pensás una y otra vez. Yo sabía que en Madrid la crítica es
dura. Pero fueron a la esencia: se refirieron a "mi western".
"Es un excelente western sin un solo tiro", titularon.
—¿El forastero
que llega, modifica el entorno y se va?
—Eso es el
western. Y eso es El viento: más que por su estética por su estructura
narrativa: la indagación que promueve el recién llegado en el statu quo de una
sociedad. Recorrimos Valencia, Barcelona... con las presentaciones que estilan
allá. Al encenderse las luces y casi sin haber aplaudido, conmovidos, se me
acercaban a decirme "gracias". O "enhorabuena", que así
felicitan los españoles. Me emocionó. Todos veían algo distinto, algo propio.
—Hablemos de
Alina y Frank.
—Sé hablar
poco de mis personajes. Contar una película es hacer una interpretación
crítica, al sintetizarla. Cuando la he filmado ya no la sé contar.
—Alina y Frank
tienen sus búsquedas, de identidad, de responsabilidad.
—Filmar su
historia fue para mí una forma de conocimiento, gracias a los actores. El guión
lo hice pensando en ellos. Antonella Costa trabajó conmigo en La fuga. Cuando
por entonces filmábamos en Ushuaia le dije que estaba escribiendo algo que me
gustaría que leyera. En este guión pensé mucho en ella y en Federico Luppi.
Federico es del campo, de Ramallo, un hombre hecho a hachazos, con un sentido
del honor particular, un aplomo... es una presencia insustituible.
APRENDER DE LA
HISTORIA
—Vayamos para
atrás, a tu interés por el tema.
—Ah, siento
como si la historia me la hubiera contado alguien en un velorio, en un bar... y
yo tratara de ser lo más fiel posible a ese cuento, de no olvidarme detalles.
Después, la fidelidad a la historia, al núcleo dramático, me lleva a conocerla,
a aprender de ella mientras crece.
—¿Qué
aprendiste?
—Que en la
vida de Frank Osorio tenía mucha importancia una verdad no revelada. Una verdad
que arrastra durante treinta años y lo lleva a exigir un castigo, un castigo
para sí.
—Castigo que
no le dan.
—Sí, se lo
dan. Eso lo tranquiliza.
—Pero... si no
hay sentencia...
—Bueno. Su
castigo es esperar. Algo que vendrá de afuera. Ya no lo atormenta en su
interior.
—¿Tanto duele
lo no dicho?
—A él le duele
profundamente. Mostrar eso fue el trabajo del protagonista. Ahondó en ese
secreto que al principio le impedía acercarse libremente a su nieta. Sólo se
soltaba un poco cuando contaba ciertos cuentos (la gente solitaria, cuando
encuentra clientes, habla largamente).
—Monólogos.
Pero, de sus sentimientos: ni mú. Frank no los mostraba.
—Me parece sin
embargo que en sus anécdotas estaban sus preocupaciones. Por algo le quedaron
registradas. La primera: un verdugo, que dejó de matar cuando le vio los ojos a
un condenado. Habría que preguntarle por qué atesora ese cuento. Otra, una
muchacha abandonada por el marido. Se prende fuego su casa con ella adentro. Su
tercer cuento refiere al mundo provinciano: su padre entrando al
"estadio" de fútbol y saludando a un "guardameta", como
dice él. Esa canchita de campo describe la dimensión del estadio... y de su
mundo.
—También él,
en la ciudad, felicita a los malabaristas callejeros.
—Claro. Los
considera artistas. Como el arte del arquero que admiró su padre. Con esos tres
cuentos él se cuenta, un poco.
—Le falta
contarse frente a Alina.
—Sí. Tiene una
carta (que ella leerá en la película en paralelo a la confesión de Frank).
Después de haberse franqueado no sabe como reaccionará su nieta. Ni siquiera al
verla llegar, sabe a qué va.
DOS
GENERACIONES
—¿Hasta qué
punto marca una vida un padre autoritario, cuando "por tu propio
bien", como se decía antes y como hizo Frank, se impone inapelablemente?
—No lo sé.
Tuve la oportunidad de rozar ese tema, nada más, porque... se nota en las
costuras cuando uno quiere imponerle un tema a las historias. Sólo pretendí
mostrar un hombre que reclamaba un castigo después de treinta años, cuando el
delito había ya prescrito. Lo que me encanta y defiendo de El viento es que es
más lo oculto, en esta película, que lo mostrado. Frente a eso cada cual hace
su imaginario. Me gustó enfrentar a dos generaciones, los prejuicios y rencores
que tiene uno del otro.
—Sin juzgar,
por tu parte.
—Trato de no
hacerlo. La literatura a veces comete el error de las acotaciones sobre los
protagonistas, pretendiendo definir sus razones. Yo sólo procuré mirarlos. Creo
que en esta película la síntesis de la piedad está en un personaje que cuidé
muchísimo, que es el comisario. Lo hace magistralmente Ricardo Díaz Mourelle:
no cae en el acartonamiento del policía perdonavidas.
—Hay pequeñas
historias, entrecruzadas con la de Alina.
—Me importaba
que hubiera una oportunidad para que pusiera de manifiesto su ternura (ella,
tan dura). Es pediatra. En la guardia se le presenta el caso de ese
adolescente... También quise manifestar que se ve como delito el de ese chico
pero no que un guardia de seguridad le metiera un tiro. La arbitrariedad social
para considerar bien y mal esta ahí, en ese pibe en coma y esposado. Fueron a
ver El viento amigos míos, de una villa —Villa Itatí— con quienes trabajo
semanalmente. Ayer fueron nueve, con lluvia y todo, a un cine de Lanús. Ese
episodio del chico los conmovió. No debía dejar de aparecer en mi película, que
glosa la vida y la muerte, lo que ellos viven. Un amigo mío, escritor y
abogado, que también trabaja en la villa, observó que ellos no creen tener
derechos legales (que los tienen, porque hay ley para todos). No creen tener
Derecho que los asista. Nacen desventurados. No les entra en el mapa mental que
algo o alguien pueda protegerlos.
—¿Y que
alguien cuente su historia en imágenes?
—Ah... eso los
hace llorar. Tipos grandes, negrazos, lloraban. Es mínima, la alusión que hice
a su condición de desamparo, pero registraron como algo increíble que mostrase
algo de lo que les pasa. Y todos me decían: "Eduardo: ¿cuándo hacés la
segunda película? Habrá que ver como crece ese chiquito que va a nacer.."
Ellos creen que va a crecer en el campo.
—¿Creen que
Alina va a quedarse en la Patagonia?
—Creen que sí.
—Para mí ella
fue a ver a Frank, y sobre todo a ver el lugar de su madre. ¿Ellos creen que va
a quedarse allí, como su madre? ¡Si tiene una historia propia que vivir!
—No te enojes.
—No, no me
enojo... digo nomás, que tiene una historia de amor en Buenos Aires... o con
Buenos Aires... ¿para qué va a volver al campo?
—Mujer, ¡no
sé! Son estos amigos míos los que le ven destino por allí. Probablemente porque
son ellos los que añoran el campo... Todos van, cuando pueden, a saludar su
tierra. Lo que más desean son pasajes a Formosa. Las personalidades de Alina y
Frank, aunque su encuentro se dé en la ciudad, tienen la austeridad de la gente
de nuestro interior. Por eso ellos se identifican. Cuando Federico Luppi vino de
España donde vive, nos encontramos en la filmación: charlamos de comidas, de
banalidades, saludó a las vestuaristas... se fue con ellas y salió al rato
transformado, con su sombrero puesto... con una solemnidad... tan fuerte, tan
rudo como debía serlo. Por su parte, Antonella Costa hizo un personaje
cuidadísimo. ¿Debería caminar como una mujer de campo? ¿Qué traería como
equipaje: un bolso, una maleta (símbolos del tiempo de su viaje)? ¿Cómo habría
reaccionado ante la confesión? Si volvía, vería a su abuelo después de largos
meses... ¿cómo podría ser el saludo entre ellos, tan recios y poco
sentimentales? ¿Cómo evocar a Ema ante su hija? Fui descubriendo lo que sentían
los personajes cuando los miré actuar. Así son las historias.
Ficha técnica.
TÍTULO ORIGINAL: El viento. GÉNERO: Drama. DIRECCIÓN: Eduardo Mignogna. GUIÓN:
Eduardo Mignogna, Graciela Maglie. INTÉRPRETES: Federico Luppi, Antonella
Costa, Pablo Cedrón, Mariana Briski, Esteban Meloni, Ricardo Díaz Mourelle.
FOTOGRAFÍA: Marcelo Camorino. MÚSICA: Juan Ponce De León. MONTAJE: Marcela
Sáenz. ORIGEN: Argentina-España (2005). DURACIÓN: 92 minutos.
publicado en el suplemento Cultural de El País. 051104
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