lunes, marzo 03, 2014

El noble arte de no hacer


“La ociosidad es madre de la vida padre.”  Grafitti madrileño.



El placer de no hacer

por Ana Larravide



"Además del noble arte de hacer, existe el noble arte de no hacer.
La sabiduría consiste en darle a ambos su lugar", proponía Lin Yutang,
filólogo chino y cronista de costumbres (chinas e inglesas,
que no difieren tanto de las nuestras).


Esa sensación que reconocemos a diario en lo más íntimo de nosotros mismos -lugar de ronroneo personal, placer por estar vivo, estiramiento muscular y regodeo mental-, esa gozosa libertad -señoras, señores, niños- es legítimo derecho inalienable. Si no lo ejercen, recupérenlo.

No se dejen amedrentar por voces prejuiciosas ni, menos, por la voz de la conciencia (en el caso de tener una conciencia influida por nociones industriales). No crean que la Pereza es la madre de los vicios. Al contrario: es difícil que entren los vicios donde la simpática Pereza juega, curiosea, silba bajito, se integra con la naturaleza.
Donde ella esté habrá quien mire desprenderse una manzana de un árbol y se pregunte por qué no queda flotando en el aire. Y quien escuche a los pájaros y procure imitarlos. Habrá buen humor, charlas ingeniosas entre amigos, de ésas sin finalidad aparente. Y también silencios tranquilos. Habrá caricias sin apuro. Habrá siestas, lecturas, bromas. Miraremos la vida como se mira a veces desde la ventana de un bar: filosóficamente, sin ansiedad, sintiendo ese afecto impreciso y tolerante por los otros parroquianos, por el mozo y hasta por las moscas. Haremos preguntas sobre la inmortalidad del cangrejo y otros tópicos tanto o más interesantes. Disfrutaremos lo que haya alrededor, sin ansiedad por ver lo que hay detrás de la próxima esquina. Nos quedaremos al sol (en estos días de tan agradable sol de otoño). O debajo del acolchado, cuando afuera hace frío y llueve tanto. Y, como a la Pereza también le gusta desperezarse, probablemente de la pereza bien vivida resurgirán los paseos sin rumbo, los bailes con acordeona, el juego de pato, los clubes de bochas, los almuerzos campestres y quien los pinte. Como no estaremos cansados seremos más sanos y más amables. No habrá guerras (esfuerzo impuesto por otros, en busca de algo que ellos quieren y a uno no le interesa) ni se producirá nada innecesario por el sólo hecho de producir.  



Elogio del ocio
Para no excederme, haciendo lo que ya está hecho (otros han reflexionado más y mejor sobre este tema vital en sus ratos de ocio), citaré perezosamente pensamientos ajenos con el fin de disipar resabios, en quienes los tengan, de una educación demasiado industriosa.
“-Algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado.”  - Cantinflas.
“-¿Usted dedica muchas horas al ocio creativo?
 -No tantas. La mayoría se las dedico al ocio, nomás.”  - Roberto Fontanarrosa.
“-El trabajo consiste en lo que uno está obligado a hacer; el juego en lo que uno no está obligado a hacer.” - Mark Twain
 “-Oh, pere­za, apiádate de nuestra larga miseria! ¡Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!”  - Paul Lafargue (marido de Laura Marx, hija de Carlos), que escribió “Le droit a la paresse”, polémico en su tiempo y aun hoy.
En fin, agrego: por mucho que nos lo dijera nuestro abuelito y nos lo dijera nuestro papá, aquello de “trabaja niño, no te pienses que sin trabajo vivirás” olvidémoslo siempre más, como aconseja José Agustín Goytisolo.
O, mejor que olvidarlo, evaluémoslo.  Para eso podemos recurrir a Bertrand Russell que planteó, en “Elogio de la ociosidad”:  “El ocio es bueno; es esencial para la civilización. Sin una cantidad considerable de tiempo libre nos vemos privados de muchas de las mejores cosas. La noción actual de que las actividades deseables son las que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba. Concedemos poca importancia al goce y a la felicidad sencilla.”


El país Cucaña
No propongo que vivamos en Jauja o El país de Cucaña, del que tantos escritores y pintores dieron su visión, ni quiero hacerles tirar por la borda lo cotidiano y vivir al revés. 

En Cucaña los cerdos correteaban ya asados por los campos, de los árboles colgaban pasteles, los ríos eran de leche y miel y los huevos llevaban puesta la cucharita para ser comidos al paso. El cuadro de Brueghel donde duermen su empacho el campesino olvidado de sus herramientas, el soldado de sus armas y el clérigo de su libro de oraciones no es el ideal del ocio, es su exageración. Igual que los tres días de Carnaval, para los cuales “se trabaja el año entero” como resume Vinicius de Moraes. 
Como todo desquite de una situación largamente sufrida, Cucaña (puro ocio sin siquiera tener que trabajar para comer) o el Carnaval (cuando disfrazados de rey o de pirata se puede vivir la fantasía de sólo divertirse) parecen dar mucho. Dan poco. Y cobran caro. La glotonería desenfrenada enferma. No saber divertirse de otra manera que disfrazados de otro, también. 
Es hora de educarnos para el ocio, tanto o más que como se capacita para trabajar.
De saber disfrutar del ocio depende en buena parte nuestra salud. Y nuestros afectos. Los viviremos mejor si valoramos “el noble arte de no hacer” y nos volvemos capaces de estar en compañía sin necesidad de estar seudo-ocupados yendo a un club, a un shopping, a ver un partido o mirando televisión si todas esas actividades las hacemos por tapar la supuesta culpa de no estar ocupados en otra cosa que decir lo que sentimos o deseamos, o quedarnos callados en amable compañía, sin mirar el reloj.
- “Seamos perezosos para todo menos para amar, beber y ser perezosos.” –proclamaba el dramaturgo Gottlieb Lessing.  Filosofía que sumó adeptos rioplatenses, como el “Haragán”, de Manuel Romero, a quien su mujer reprochaba: “Te gusta meditarla / panza arriba, en la catrera / y oír las campanadas / del reló de Balvanera. / ¡Salí de tu letargo! ¡Ganáte tu pan! / si no, yo te largo... / ¡Sos muy haragán!”
Más expeditiva, la letra del tango de Enrique Cadícamo, increpaba: “Che, Pepino / levantáte' e la catrera,/ que vi'a quemar el colchón./ ¿Querés qué me deschave / y diga quién sos vos? / ¡Vos sos, che, vagoneta, / el que atrasó el reloj!” 
Dicho sea de paso: al reloj en lunfardo se lo llama bobo, porque trabaja todo el día y no cobra. 
La misma indiferencia o tirria por los relojes siente –e intenta contagiarla- Joaquín Sabina: “De nueve a dos, de cuatro a seis / ¡yo que he nacido para rey / trabajando, por dinero! / ¿Y si te quitas el jerséy / y nos sacamos otra ley del sombrero? / Diles que no piensas fichar: / pon el reloj a la hora de los locos de atar.”
 
Peces y vacaciones
Muchos conocen el cuento de aquel pescador de Bahía al que un millonario, durante sus vacaciones, veía pescar tres peces diarios. Comía uno, vendía los otros y después se desperezaba al sol. -¿Por qué no pesca más? -No me hace falta. -Si pescara más, podría poner una pescadería, luego una planta pesquera, una gran empresa... -¿Para qué? -Y, hombre, ¡para tomarse, como yo, unas buenas vacaciones al sol en Bahía!... Entonces, sin decir nada, el pescador se quedó mirando al millonario, sonriendo.
El buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es, frecuentemente, consecuencia de la tranquilidad –remachaba Bertrand Rusell en su Elogio. Y aseguraba que estaría buenísimo que todos dedicaran cuatro horas de la jornada al trabajo, y el resto... al ocio. “Ser capaz de llenar el ocio de una manera inteligente es la última finalidad de la civilización.” –alentó.
No es que el trabajo carezca de placer, sobre todo si nos dedicamos a uno que en si mismo lo entraña, como cultivar un jardín, cocinar, cuidar niños, investigar, diseñar, entretener, curar o cualquier cosa que haga feliz a quien la practica. Pero cuando el trabajo es una adicción o un medio para alcanzar determinadas metas gratas (generalmente vinculadas al buen vivir) vale preguntarse si equilibrando trabajo / ocio esas metas no podrían alcanzarse mejor.
Si hasta en la música la armonía es posible porque hay calderones (espacios silenciosos entre períodos melodiosos) ¿por qué empeñarnos en dar activamente la nota a toda hora?
En algunos países europeos una opción laboral que se plantea a quienes quieren aceptarla es trabajar la mitad de su horario, con un sueldo algo superior a la mitad de lo que ganaban. El resto de su tarea queda disponible para otro, a quien capacitan para realizarla. Consiguen así menos gente agotada y menos desocupados. El plus que el Estado paga a la media jornada puede significarle menos que los costos sociales por desocupación. Este sistema no se impone como obligatorio, porque ya se sabe que las personalidades son distintas y algunos sólo están en su salsa trabajando; pero es una opción para quienes por mil motivos prefieren menos dinero y más tiempo libre para su familia, para estudiar o para tomar el fresco.

 
“Ser todo naturaleza
ser el paisaje que anda”
El proverbio castellano que sermonea “Ocio y soledad, para las malas acciones dan libertad” choca contra el castellanísimo Don Quijote, que gracias al ocio pudo entregarse a los libros de caballerías. No fueron su mal, sino su bien; ya que los disfrutó y lo animaron, viejo y todo (lo era con sus cincuenta años, en esa época) a darse a la aventura, ilusionarse con sus “agradables pensamientos”, sentir “extraño gusto con ellos” y vivirlos. Don Quijote quería alejarse de una vida poco emocionante y experimentar placeres. Cultivar las virtudes caballerescas y amar a Dulcinea lo hacían feliz. Y también aconsejar a Sancho, en elegantes charlas de ésas que sólo pueden darse perezosamente. Así -al paso más que al trote- discurseaba y consideraba que “imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que piden las cosas nuevamente halladas es obra de hombres heroicos y de alta consideración.” Por cierto que él lo era.
Es notable que esos discursos no fueran pronunciados en una universidad ni en un púlpito sino por los caminos de España (caminos que hoy son recorridos turísticos, llamados La ruta del Quijote) y que el caballero andante los pronunciara, tan campante, en plena naturaleza.
Nunca hubiéramos conocido tales discursos si Cervantes no hubiera vivido el ocio forzoso de su cárcel y no hubiera lanzado a Don Quijote, cuando “apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos... tan contento, tan gallardo, tan alborotado por verse armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo”.
Con el mismo contento ocioso, me parece, en versión más criolla,  el oriental Ruben Lena escribió su preciosa canción Pa´l Laucha: “Perderme yerbal adentro /  bajo un cielo de pitangas / y tirado panza arriba / dejar que converse el agua.”
 




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