lunes, marzo 03, 2014

Daniel Melingo


Conversación con Daniel Melingo
TEXTO: ANA LARRAVIDE FOTOS; NANÁ RIBEIRO

En voz baja

Sol de invierno en las veredas de un barrio de Buenos Aires. La reja del zaguán muestra una bicicleta desmayada al pie de la escalera.
Baja a abrir, Daniel Melingo.
Rockero en tiempos de Los abuelos de la nada (grupo de Miguel Abuelo, en los 80) hoy presta su tremenda voz, mellada, teatral a cantar historias rantes:
Tangos bajos. Ése es el nombre de su último trabajo en CD. El anterior –también lunfardo– fue Ufa. El 20 de agosto se presentará en Montevideo, con su quinteto.
Y con un decidido perfil: compositor de tangos.
El nombre Tangos bajos coincide con el subtítulo de la primera edición de La crencha engrasada: Poemas bajos.
–Así llamó, también, Enrique Cadícamo una edición de sus poemas. La crencha engrasada es del 35. Los dos eran muy amigos, eran tal para cual, se admiraban. Y yo, a ellos. De su literatura lunfarda extraje varios tangos, que musicalicé... Como La pebeta de chiclana, de De la Púa.
La que “pagó con la chinche, fatal, angustiada / la deuda sagrada con el arrabal.” ¿Qué es la chinche? ¿La tuberculosis?
– La sífilis.
¿Qué abarca, la definición tangos bajos?
–Barriobajeros... dice todo... lo que es la gente común, lo que querría ser...
¿Conociste mucho a Edmundo Rivero?
–No mucho. ¿Decís por la foto, allí? Mi padrastro era su representante. En la época en que yo escuchaba a Los Beatles y para mí el tango era algo oscuro y decadente: una música con olor a humedad. Después, volví a mis raíces.
¿Tus raíces, ese olor a humedad?
–Yo fui criado por mis abuelos. Eran milongueros y tangueros.
Sé que tu padrastro te regaló un bandoneón, a tus quince años ¿fue a pedido tuyo o se le ocurrió a él?
–Se lo pedí yo. Mi avidez por los instrumentos musicales, lo obligó. Pero al cabo de un año y medio no pude con el bandoneón. Lo canjeé por un clarinete. – ¿Por qué eran milongueros, tus abuelos?
– Básicamente, porque vivían en Parque Patricios, en los años 40. No tenían escapatoria. Al Club Huracán iban las grandes orquestas: Pugliesse, D ́Arienzo, Di Sarli. En los años 40, 50 ir a bailar era ir a milonguear. Mi tío mayor fue letrista de tango, vocal de la Academia del lunfardo. Todos en mi familia eran milongueros, bailarines: cultores del tango.
¿Cómo se llamaba, tu tío?
–Orlando Hipólito Ciglia –“el poeta del Parque de los Patricios” –, hermano de mi madre. Por el lado de mi padre, mi abuela italiana fue cantante en la Scala de Milán; mi abuelo, violinista.
No tenías escapatoria, vos tampoco.
–No. Pero mis primos tocaban canciones de los Beatles, y... entré por ese lado. Ingresé en el Conservatorio a los quince años. Estudié Música en la UCA. A los veinte –en el 78, con muy mal clima aquí– decidí irme a Brasil.
–Tocaste con Milton Nascimento.
–Así fue. A los 22, 23 años regresé. Conocí a Miguel Abuelo y entré en ese movimiento de los comienzos de los 80: Los abuelos de la nada.
–Vos y Andrés Calamaro ¿eran los Abuelos más jóvenes?
–Cada uno tenía su estilo. En el 85 fui a Europa, donde seguí cultivando el rock y toda su fusión. Diez años, allá. La decisión de estudiar tango se fue dando de una forma irrevocable. Llegué –o volví– a esto.
–El tango.
–Busqué largamente un lenguaje con que identificarme, dentro de la música. Estudié armonía, composición, morfología, contrapunto, más que técnicas. Y, bueno, desemboqué en grupos de rock conocidos. Pero no era mi lugar. Ya ves: tantas vueltas, hasta encontrar algo a la vuelta de una esquina.
–Tu esquina de la infancia.
–Sin embargo, empecé de cero. El tango es difícil, es muy amplia su técnica.
- ¿Tu papá murió cuando eras chico?
- No, no. Papá murió hace tres años.
- Como decías que te habían criado tus abuelos, pensé...
- Mi viejo fue un gran ausente... No vivió en Buenos Aires. Era realmente un artista. Pero vocacional. Nunca se decidió a ser un artista profesional.
- ¿Hijo de esa abuela cantante de ópera?
- Si, pero creció en aquella época del macarthismo en que los artistas raramente eran profesionales. Porque se los definía con prejuicios, como homosexuales o comunistas. Había un tabú en los 40 y 50, un tabú que yo no conocí pero deduzco al haber visto a tanta gente talentosa, en mi familia y por ahí, que no se decidió a encarar el arte profesionalmente y fueron metalúrgicos, buscavidas, muertos de hambre... pudiendo haber sido artistas excepcionales.
- ¿Tan fuerte era, ese prejuicio?
- Tan fuerte era el recelo. Si eras artista te daban, por lo menos, patente de raro y, por lo más, de comunista. A la derecha de entonces, el fuego de lo cultural, los quemaba.
–Das al tango su viejo tono canyengue. No de tango-for-export (como de final de película de Schwarzenegger, con rosa entre los dientes). Me gusta eso, con sus guitarritas del 30.
–Sí, sí, gardeliano. El tango canción de Gardel. Pero, atenti: aunque reneguemos del tango can-can (que me parece horroroso a mí también) hay que reconocer que reavivó al tango. Lo sacó a pasear. Eso sí, con concesiones a gustos ajenos.
–Al revés de la vocación original, que era “la diferenciación criolla. En 1910, el compadrito tenía el orgullo de bailar mejor que nadie: serio, concentrado, sin exageraciones (que consideraba cosas de negros o cosas de gringos)”. Lo dice Andrés Carretero, en El compadrito y el tango. ¿Lo suscribís?
–Hay muchas maneras de ver eso. Hoy se intenta rescatar el africanismo. De hecho, hace pocos días, conocí a una cantante uruguaya de 80 años, Lágrima Ríos, quien –no sé si por mujer y mulata– no tuvo el lugar que merece. ¡Cómo canta, candombe, tangos... que voz tiene! En el establishment del tango se pisa mucha cabeza, con eso de la representación en el exterior. Se impone el “esto se baila así, se viste así...” y se aparta lo que no encuadra en eso. En
Argentina se ocultó lo africano del tango. Sólo quedó, en Buenos Aires, el candombe murguero, distinto al candombe uruguayo.
¿Con algo de Cantejondo?
–Pero pensá que el Cantejondo viene del norte de África: no se puede renegar de lo negro. En todas partes está.
Cerca, se echa a llorar Félix, pichón de músico, de ocho meses. Melingo, que fue Abuelo antes que padre, mira hacia él encandilado. El bebé tiene su batería: está rodeado de cositas que suenan, sonajeros que bailan en el aire... Su padre lo levanta y le dice: Aaaahahhaá..... Sonríen los dos. Parece que se van a quedar así, como en un espejo, mirándose, sonriendo. Pero ya viene Celeste, el bebé pasa a sus brazos. Se van.
Entre los temas que musicalizás, no encontré todavía letras escritas por vos. Sé que las hay.
–Pocas. Me gana la autocrítica. Canto pocas canciones con letras mías. Trato de no involucrarme. Mantengo una suerte de personaje.
– ¿No canta Daniel Melingo, canta El Otro?
–Mmmm. No me cuadra mucho cantar mis sentimientos o las cosas que me pasan. No vienen a cuento con el tipo de narrativa que llevo. A veces, alguna letra... Pero, básicamente, me siento compositor; me gusta darle sonoridad a una historia, en mi estilo. Uno va componiendo con lo que conoce: ciertas herramientas. Al iniciar otra línea de música, vas descubriendo otros elementos de composición.
¿Cuáles son los tuyos?
–El ritmo, la melodía, la armonía, la manera de frasear. Motivado por un texto, una letra, que no escribí yo, hago una envergadura, una revestida musical.
–Tu voz se incluye como elemento de composición.
–Claro. Pero la letra, esa parte central, difícilmente pueda ser mía. Fijáte que, en el tango, no hubo muchos cantautores –Charlo, fue uno– por una sencilla razón, el tango es complejo: requiere funcionamiento orquestal: el poeta, el arreglador, los músicos, el director. Es conjunta, la tarea. No es como el rock, donde el autor pone dos tonos sobre su letra y sale. No podés trabajar en soledad.
–Y entonces ¿vos?
–Hace unos años, di con un letrista, Luis Alposta, que colaboró con Edmundo Rivero, con Rosita Quiroga, con Osvaldo Pugliese...
¿Con Rosita Quiroga?
–Si, era un muchacho cuando trabajó con ella. Empezamos a hacer tangos juntos. Me abrió las puertas a la literatura del tango, cosa para mí muy necesaria. Yo necesito material constantemente, un material auténtico y sustancioso, como es el de él, poeta lunfardo. Nos entendimos desde adentro. Compartimos la autoría de tangos.
¿A qué llamás acercamiento literario?
–Ahora me siento dentro del tango, no un paracaidista. Soy un compositor de tango, con un letrista de tango.
¿Qué aprendiste con Alposta?
–Conocí el otro lado de la música: la letra. Me fui puliendo como profesional de la música. Venir del rock me sirve por contraste para valorar lo orgánico que es el trabajo de la orquesta de tango. Es sindical, si no, no va. El tango no funciona con la anarquía de un grupo de rock... donde toca uno, tocan los amigos... y otro más que si toca más o menos, entra igual porque es amigo de un amigo. No es así. Es severo.
¿Qué pensás de tu voz? ¿Que sentís de tu voz?
–Mi personaje lo hice a partir de ella. Usé mi tono de voz. Yo en el rock no cantaba.
Eras saxo.
– Saxo, guitarra... siempre fui un músico back, de atrás, de acompañamiento. A raíz de mi voz fui encontrando la temática, el tipo de voz rasposa...
– “
El cantor está mal del pecho”, decían de Rivero por su tono cascado. ¿Vos también estarás mal del pecho?
– ¡Ojalá! Lo admiro totalmente. Rivero es como... En fin, mi voz: estudié canto; recién ahora puedo decir que tengo técnica como para cantar.
¿Y qué pasa con tu voz? ¿A quién conmueve?
– Pasa que estoy teniendo una mezcla de públicos que se llaman unos a otros: vienen jóvenes que me ven como ex figura de rock y después vuelven con el padre; vienen veteranos; otros, de mi edad... diferentes públicos, a quienes esto le cae bien.
Un público que no baila.
– No. Pero estoy queriendo hacer lo mío cada vez más acompasado. Aprendí que el tango, realmente, es una danza. El compás es muy importante. Parece una tontería, decirlo.
No. No parece.
Estoy muy metido en hacer más punzante el ritmo... que sea un latido, que se sienta acá. Que te haga caminar. El tango es para caminar. El tango es como la tristeza activa, la melancolía en acción. No es la depresión del que se tira en una cama. En todo caso, si es nostalgia, es nostalgia en movimiento.
– ¿Un pasaporte a lo que la vida no da de otra manera?
– Como el bailarín de Barracas, que al lucir su corrida llegó hasta Maipú. Llegó a otros lugares por su acción, por buen bailarín.
Los piringundines, las academias, eran lugares de diversión. Compadritos, trabajadores en día de garufa, grelas, fabriqueras, nenes bien... No sólo marginales.
– Vos lo dijiste. Y me parece que el enfoque que se le está dando ahora al tango, la nueva camada, posterior a Piazzolla, es eso: volver a vivir el tango como un baile festivo. Los argumentos melancólicos vinieron después y de ellos se hizo un estereotipo. El tango de la Guardia Vieja, el más antiguo, es festivo... hay mucho tango instrumental de entonces, que se llama tango fantasía. En el cual lo que incita es el baile. No hay letras.
“Los conciertos que dan los fuelles.” Esos conciertos de conventillo eran el lugar de mostrarse, de “lucirse con sus quebradas”, de levantar minas, de pasarlo bien (o mal, si surgían broncas).
–El tango es vital, festivo. Lo veo de esa manera. Da un toque de ironía, de humor. Yo siempre rescato eso. El giro tragicómico es necesario. Un ápice de esperanza para reírse de las cosas de la vida, incluso de las cosas de la muerte. Las afrentas de la vida, las toma con humor.
La Chorra, con su madre “noble viuda de un guerrero”... o “¡pianté de la noria: se fue mi mujer!”
–Y, sí. Yo canto una letra de Cadícamo que se llama Mano cruel, que canta a los amarretes en una forma simpática. No hago tangos dramáticos.
–Más bien, irreverentes.
–Eso me parece el condimento para que no se tornen rígidos. Se le ha dado exceso de rigidez, al tango, de cosa estática.
¿Rigidez?
–Una fórmula fija de interpretación, con alardes de dramatismo innecesario. A todo volumen, en forma estereotipada... Parecería que al cantar no sienten lo que dicen. Mi visión del tango es otra.
Rivero decía los suyos con una especie de ternura.
– Rivero, sí. Y tenés a Luis Cardei, que murió hace unos años, cantaba tangos como se podría cantar un bolero. ¿Por qué gritarlos? Un aporte que quiero darle al tango es alivianar su mensaje, ir encontrando la manera personal de decirlo, una veta diferente. Desarrollar esa pequeña diferencia.
En la musicalización que hiciste para Muleta de borracho encontré unos... ¿vientos siberianos? (que no llamaría raros porque Gardel también entrecruzaba unas melodías como de estepa rusa, con violines...) pero ¿por qué los hacés atravesar los barrios?
–Gardel era un cantor. Cantaba tangos, estilos criollos, cantaba Jimmies, cantaba pasodobles...
¿Qué son, Jimmies?
– Uno de los primeros ritmos del Jazz, como el fox-trot.
¡Ah!: “¿Mary, Peggy, Betty, Julie...?”
– Eso es un Jimmy. Bien. Gardel manejaba todo eso. Y a mi me da alegría usar esos recursos, en el formato simple de tango canción. Siento la libertad, dentro de ese formato tan simple, de hacer algunas muecas que lo diferencien. No busco específicamente esa mueca para diferenciarme. Sólo la acepto, si aparece, como algo que sugiere simpáticamente rumbear para otro lado.
Uso elementos ajenos al tango -melodías que pueden chocar allí
los conozco y me gusta usarlos en función de un tango canción. Si cuadra, los meto.
En el tango Muleta de borracho, al acentuar tanto el dramatismo, lo volvés menos doloroso.
– Incluso tragicómico. Eso quiebra la dureza preestablecida del tema. En esa dinámica, ese contraste, encuentro más matices en mi mensaje. Dentro de mi línea, voy jugando a los extremos.
– ¿Qué pasa con las mujeres, en tus tangos?
– No hago tangos románticos. En uno, con pinta de romántico, termino descubriendo a un travesti. Mujeres... canté La Pebeta de Chiclana... Y canto
otra, de De la Púa: Fabriquera. “Musa del arrabal, piba bonita”... La compuso para Eva Perón, dicen; no sé.
Contracara de aquella muchacha de Celedonio Flores: “vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente. /Berretines de bacana que tenías en la mente / desde el día en que un magnate con yugiyo, te afiló.” El poeta le daba por la cabeza, pobre chica.
–No reitero ese estereotipo de mujer. Ni canto desde el lugar del llorón por la mujer que lo dejó. Tomo, a veces, letras del pasado, si tienen alguna vigencia. No voy a hablar de organitos, que ya no hay. Prefiero no sentirme emparentado con alguien por temáticas repetidas. A la música la matás, muy fácilmente, con eso.
– ¿Matarla?
– Si hay algo que hace, el escucha de tango, es comparar: “¡Ah: esto lo cantó Fulano mucho mejor!” Prefiero abrir un panorama diferente.
¿Hay, en las letras de tango, una burla o un cuestionamiento a las normas impuestas por un poder social que a su vez no acata normas?
–No busco respuestas ni preguntas, en las letras. Las utilizo sonoramente, como motivación. Me sugieren un ambiente musical. Puedo ir de una temática a otra sin ningún problema. Eso me da versatilidad en el repertorio. No hago un tango romántico ni narcotango ni marginaltango. Me preocupan, nada más, las estructuras musicales, Me dejo influir intuitivamente por la música.
– ¿Intuitivamente? Pero estudiaste mucho. Una carrera.
–La música es pura intuición. Me manejo con la intuición, a la hora de componer. Sólo después analizo lo que compuse o lo que improvisé, y lo armo, con el material técnico del que tengo conocimiento. Necesito a los letristas, que son los oficiantes de la literatura del tango. Voy a ellos. Lo que me dan –sean palabras sobre mafiosos, madreselvas o sobre Jack el destripador– me interesa convertirlo en música de tango. Me pasa con las letras del uruguayo Mateo: lo que más me importa es el sonido, la onomatopeya.
–O Ruben Rada, si habla de un sombrero para Gardel es lo de menos: lo que muestra es un registro de voz impresionante, un inmenso sentido del ritmo.
– ¡Así es como se manifiesta el músico! Yo, soy músico. Básicamente soy compositor. Segundo, estoy aprendiendo a cantar. Como compositor me dio
por armar este personaje que es cantor de tangos, que no toma temas clásicos, temas remanidos. Intento crear una atmósfera nueva, diferente.
–En cuanto a instrumentos... que, dijiste, te atraían desde chico. Los de las primeras orquestas de tango eran flauta, violín, guitarra y acordeón... que después fue bandoneón. El piano, llegó cuando hubo lugares estables para tocar. De todos ellos, ¿cuál es tu preferido?
–Hago tango de guitarras. En este disco toco con una formación de quintento: dos guitarristas, un bandoneón, un contrabajo y un violín. Lo que se dice un cuarteto típico, más violín. Es de una sonoridad muy rica, esa instrumentación. Tiene versatilidad.
–Bueno... cumplimos la hora en punto, como estaba dicho.
– Como ingleses.
–Como criollos puntuales, nomás. Pero ahora que decís, me olvidaba: Borges escribió: “Creí haberme criado en el suburbio; pero crecí en realidad dentro de un jardín cercado con lanzas de hierro y en una biblioteca llena de libros ingleses.” ¿Lo diría para advertir que no era tan versado en suburbios y malevos como se le atribuía?
–El tango no es conocimiento. Es sentimiento. Con Luis Alposta hicimos un soneto que se llama Soneto de un malevo que nunca leyó a Borges.
– ¡Qué gracioso! ¿Me das la letra, para que pueda incluirla en esta nota?
– ¿La letra? No la tengo impresa, aquí en casa. Mirá vos.
Sos bravo ¿eh? Gente muy discreta. Habrá que escuchársela... al Otro: al Melingo que canta todo.

entrevistado el 20 de julio, 2003 para Brecha, de Montevideo. Publicado el 15 de agosto, 2003. ana@larravide.com fotos en www.nanaribeiro.com 

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