lunes, marzo 03, 2014

Menchi Sábat

Sábat en el subte

Entrevista de Ana Larravide, para JAQUE.

El lunes pasado, la Intendencia Municipal de Montevideo abrió la exposición de dibujos y pinturas de Hermenegildo Sábat: “Carlos Gardel, el tango y Sábat”. Hasta el 30 de este mes.
Nació en Montevideo en 1933 y vive en Buenos Aires desde 1965. Sábat es considerado por muchos el mejor caricaturista del mundo. Sus colaboraciones han aparecido en infinidad de diarios, revistas y semanarios entre los que se puede citar “The New York Times” y “L’Express”. Actualmente ilustra las editoriales del diario Clarín de Buenos Aires.   
En Montevideo, colaboró en El País, Marcha y Acción. Desde la aparición de nuestro semanario (JAQUE) vuelve a hacerlo para Uruguay; últimamente nos ha enviado las caricaturas de Arregui y Grompone que aparecieron en los Capítulos Culturales 1 y 2.
Desde que apareció, en 1971, “Al troesma con cariño” –del que tomamos la caricatura de Gardel que aparece hoy en el Capítulo Cultural 3- ha publicado ya doce libros. 
En 1960 realizó su primera exposición de pinturas y, a partir de ahí, la serie continúa hasta la última, en Toulouse, en noviembre del 84. Luego de casi diez años vuelve a exponer en Montevideo. 
Publicamos hoy el texto “Una exposición futura”, que aparece en el catálogo de la exposición de San Pablo de febrero del año pasado, la nota de nuestro cronista Alfredo Torres sobre la presente exposición, y el reportaje que especialmente para JAQUE realizó Ana Larravide en Buenos Aires días atrás, que reproducimos a continuación.



Cuando llamé a Hermenegildo Sábat para pedirle una entrevista para JAQUE la contestación fue: “- El domingo puede ser un buen día, estaré trabajando en el taller desde temprano”. “- ¿Voy a las nueve?”  “- Voy a estar desde más temprano.”

Avergonzada de llegar tan tarde (para él), a eso de las ocho y media de una mañana de junio, y se imaginan lo que es un domingo de invierno a esa hora, pero con la excusa de una gripe evidente, toqué timbre.

Atrás de la puerta escuché aproximarse otra tos: abrió Menchi Sábat, con su gripe propia, que me convidó con té y aspirinas, me hizo sitio cerca del caballete y no paró de pintar un minuto mientras conversamos.

- Si querés, empezamos en Montevideo, con “El País”. ¿Me contás?
- Una vez fui, por la noche, al diario y entregué unos dibujos. Eso fue en el año 48. me pareció muy importante eso de entrar en una redacción... Los dibujos eran de unos jugadores de fútbol. Yo pensaba que los iban a publicar al día siguiente. Pasó el tiempo, ocho o nueve meses, ya era el año 49 y ya daba por vencida la posibilidad de que eso se publicase, cuando un portero del liceo me dijo que había salido un dibujo mío en el diario.
  
- ¿Pero cuántos años tenías?
- Quince. Estaba en cuarto año de liceo. Me puse a llorar. Fue una emoción muy fuerte. Una de las emociones fuertes que he tenido: no la esperaba.

- ¿Desde entonces tu trabajo fue dibujar?
- En el momento aquello era... un esfuerzo mío: más una expresión de deseo que otra cosa. Eran sólo colaboraciones.

- ¿La revista “Lunes” apareció mucho después?
- ¡Ah! Pero allí también eran colaboraciones. Donde yo trabajaba activamente era en la Imprenta As, eso sí. Trabajé cinco años y me hizo mucho bien trabajar allí. Era un trabajo artesanal. No había películas, no había fotocomposición en esa época. Para las letras yo era bastante impreciso y había que dibujarlas sobre la chapa misma; pero era aquel un sometimiento inevitable a una artesanía y había que hacerlo.

- ¿En esa época hiciste las tapas de discos y el papel de embalar para el Palacio de la Música? Un papel inolvidable: rojo, blanco, negro, los oboes, las trompetas...
- Si. Creo que se sigue usando, pero no sé. Se hacían cosas con un espíritu bastante amplio, de equipo, y con un nivel de calidad muy grande. Aprendí mucho en la Imprenta As.

- Oficio.
- No sólo eso: a trabajar en conjunto con la gente. Éramos tipos muy distintos los que estábamos ahí. Y era muy interesante. Después estuve trabajando en “Marcha”, en “Acción”, y en “El País”. Y en 1965 me vine para Buenos Aires. En “El País” me proponían que fuera Secretario de Redacción. Eso implicaba sacrificar lo que me gustaba, el dibujo. Me vine.

- ¿A la revista “Primera Plana”?
- A la Editorial Abril. No pude tolerar más de ocho meses estar allí. Me fui, y me quedé en la calle. Fue la primera sensación de enfrentamiento con la ciudad de Buenos Aires. Fue duro, pero son decisiones: si decidí irme del Uruguay, bien me podía ir de Editorial Abril.

Al tiempo, entré en Primera Plana. Esto era en 1966. Siguieron cinco años durante los que estuve ocho veces sin trabajo. Entré en “La Opinión” en 1971, por casualidad. Y empezaron a resolverse las cosas.

Hubo arbitrariedades respecto a mi trabajo –que fueron positivas en cierto sentido-, no se publicaban fotos en “La Opinión”. Sólo dibujos. Mis dibujos. Eso era insostenible, era ridículo (una vez, todos los diarios publicaron la foto de un matrimonio, distribuida por la policía. Y “La Opinión” publicó ¡el dibujo mío de la foto!). Yo no creo en la exclusividad de nada, no me engaño con esas cosas.

Pero, a partir de entonces, pude empezar a publicar libros. Se paga la novatada en todo, pero aprendí. Aprendí a hacer libros, mis libros. No fue fácil. Acá hubo un esfuerzo editorial grande, durante muchos años, que se fue perdiendo... creo que a partir de la preponderancia de los militares en este país, sobre esfuerzos que tuvieran que ver con el espíritu.

- Además de unos diez libros de dibujos, has editado poesía.
- No, pero oíme: eso no...

- ¿No es un libro?
- Es algo absolutamente menor. Es una especie de testimonio personal...

- Pero tú sabés que se cuenta la historia a fuerza de testimonios personales ¿enumeramos tus libros?
- “Al troesma con cariño” fue el primero, en 1971. el del cornetista Bix Beiderbecke: “Yo Bix, tú Bix, él Bix”. “Georgie Dear” sobre Borges. Después “Scat” (jazz). “Seré breve” (caricaturas políticas). En “Galería personal” trabajé con poemas de Alberto Girri. “Dogor” es el de Aníbal Troilo. Después, “Monsieur Lautrec”. Y “Tango mío”. Y “Sentido pésame”.Y algunas otras cositas pudieron hacerse, alguna carpeta con dibujos...

- Exposiciones…
- La última, en noviembre pasado, en Toulouse. Eso fue muy lindo. Fue una casualidad.

- ¿Querés convencerme de que en tu vida sólo hay casualidades? ¿No será que imantás las casualidades?
- Vino al taller una piba que yo no conocía, Josefina Castro, que es bibliotecaria y vive cerca de París. Se entusiasmó con los cuadros, le habló de ellos a una amiga –bibliotecaria de Toulousse- y ella gestó la ida.

- ¿Una bibliotecaria puede promover una cosa así, en algún país?
- La Biblioteca de Toulouse es muy importante; hay también en la ciudad una universidad muy importante. Creo que es el centro de la cultura del sur de Francia. Esta mujer se movilizó mucho para llevar adelante eso y lo hizo, realmente de manera muy generosa. Mostré allí dieciocho obras.

- ¿Por qué te definiste una vez como “pianista de cabaret”?
- Los pianistas de cabaret son tipos que tocan el piano y no pueden equivocarse con los tiempos, en medio del ruido y mientras la gente come. Y el trabajo mío en el diario, es eso.

- Ilustrar cada editorial de Clarín te pone en contacto diario con el mundo político. ¿Abruma eso?
- Es mi laburo. Con eso me gano la vida. Pero mi vida no pasa por el poder ni mi ocupación es opinar sobre los demás. Hay gente que cree verdaderamente que puede manejar la vida ajena. Pero esas creencias son cosas de militares, no son cosas de civiles. Ésa es la influencia de la prédica y la actuación militar en nuestra vida. Seguro. Llevan a la gente a conducirse así.

- ¿Qué son, “cosas de civiles”?
- Los civiles hacen burradas y los militares hacen mal. Ésa es la diferencia. Los militares tienen ideas estrictas sobre todas las cosas. Y con ideas dogmáticas sobre cada cosa, así nos ha ido.

Yo trabajo bien en una redacción, es mi ámbito. En otros, no funciono tan bien. Y en otros (como las agencias de publicidad) no funciono para nada... creo que por la cara que tengo.

- ¿Te ha llegado el run–run de que sos el mejor caricaturista del mundo?
- Mirá: ésta es una profesión basada en tu propio deseo de hacerla y en que los demás permitan que se haga. Pero no es una profesión tan necesaria y no significa que por un par de aprobaciones te puedas cruzar de brazos. Yo vivo siempre pensando que se puede terminar en cualquier momento. Me dura el recuerdo obsesivo de las épocas en que estuve sin trabajo... y sé que estar sin trabajo significa perder la posibilidad de sentarse en este banquito a hacer esto (pintar). Me preocupa más eso que pensar en otra cosa.

- ¿Cuándo abriste este taller?
- Tardé mucho en meterme en la docencia. Me había automarginado de esto porque en mi familia todos fueron profesores, y muy buenos profesores. Durante la época de la guerra en las Malvinas yo necesitaba tener trato con gente que pensara que el espíritu debía tener un lugar. Me metí en esto y la verdad que ha funcionado bien: ha habido gente que ha aprendido a convivir con un loco. Ahora, algunos de los muchachos, que son arquitectos, se han entusiasmado con la idea de hacer un mural a partir de cosas mías, en alguna pared de Buenos Aires. Y a mí me alegra mucho todo eso.

- ¿Te gustaría tocar en una orquesta de jazz?
- He sido un tipo que tuvo la suerte de escuchar mucha música desde niño. Y la sigo escuchando. Pero probablemente por mi timidez no me he acercado a los músicos más que casualmente. Lo que tengo, sí, es una colección de discos razonablemente numerosa. Y la escucho. Me gusta la música, me gustan los libros. Es lo que elijo. No puedo cambiar mi vida en función de cosas que no entiendo en otros: no sé jugar al financista. Tampoco sé tocar muy bien el clarinete, pero me gustaría.

- Por aquí y por allá en tu taller hay prendidas frases de pintores, tarjetas con dibujos de Steimberg... ¿Sentís en especial la influencia de alguien o preferencia por alguien?
- Hay gente que ha pensado muy bien sobre estas cosas, y gente que ha realizado cosas muy bien hechas. Lo que me molesta es cuando se establece la dependencia; “esto se parece a fulano” o “si éste llegara a pintar como aquél, sería fantástico”.

- ¿Te han salido alguna vez al paso con Bacon?
- ¡Uf! Hubo una vez alguien que dijo que me parecía a Francis Bacon, Soutine y Modigliani. Le dije que se olvidaba de Carnera y San Martín.

-Es muy difícil para un pintor exponer en otro país que en el que vive?
- Habría que terminar con esa historia que hace que sospechen que, si uno traslada sus cosas, es un contrabandista. Para exponer en otro país hay que fotografiar las obras, asegurar que la obra vuelve al país. Los procedimientos más sencillos, son tortuosos; te restan tiempo y ánimo. La música pasa por las aduanas, la literatura también; pero si se le pone un marco a una caja de fósforos, ya es un problema. Sucede otra cosa absurda: todas estas formas de control oficial conspiran contra algo legítimo: que si una obra le interesa a alguien, pueda ser comprada. Parece que la máxima comprensión hacia un pintor consiste en que lo dejen mostrar lo que hace. ¡Pero… que sea altruista en todo! Y que trabaje en otra cosa, además, para poder comprar las telas, los pinceles y los marcos.

(Se levanta del caballete dando por terminado el último cuadro para la exposición a la que fue invitado por el Departamento de Cultura de la Municipalidad de Montevideo).

- Menchi. Hoy es domingo de mañana. Estás aquí desde las siete con gripe y todo. ¿Ves que es cierto cuando dicen que sos loco?
- Soy loco. Pero que me hayan llamado de Montevideo es una responsabilidad que me tomo muy en serio. Hace casi diez años que no expongo para la gente de allá. Y esto es una especie de examen, de lo que yo puedo dar. Uno tiene que trabajar convencido de que estas cosas no trascienden. Pero hacerlas lo mejor que puede.


entrevista publicada en el semanario Jaque, en 1984

El dueño del lápiz

Era la redacción del diario “Acción”, en Montevideo. Era la década del 60.  Luis Batlle (el entonces presidente del Uruguay) Julio María Sanguinetti (el actual) Juan Carlos Onetti (el escritor) Hermenegildo -Menchi- Sábat (el dibujante) formaban parte de esa, hoy legendaria, redacción.  Sábat tiene talento y ha sido elegido por el destino para terminar en el Museo de Bellas Artes”, auguró Onetti, “sólo queremos aconsejarle que se muera de hambre, rodeado por el apetito y el afecto de sus deudos –agregó- pero que no venda el retrato de Marilyn Monroe!


Sábat es el dueño del lápiz que dibuja a Buenos Aires. Y ese lápiz hace historia: día a día pasan por su mano circunstancias políticas, personajes de la cultura, del deporte, que él define en una síntesis de líneas talentosas.
El primer dibujo de Sábat (unos jugadores de fútbol) fue publicado en el diario El País, de Montevideo, en el año 49. “Un portero del liceo me dijo que había salido un dibujo mío en el diario” ”Pero ¿cuántos años tenías?” “Quince. Estaba en cuarto año del liceo. Me puse a llorar, fue una emoción muy fuerte. Yo había llevado ese dibujo hacía varios días a la redacción de El País y ya no esperaba que lo publicaran”.
Desde entonces continuaron sus colaboraciones en El País. Después, ingresó en la Imprenta As: “Era un trabajo artesanal, había que dibujar directamente sobre la plancha de offset, con el trazo definitivo. Allí aprendí a trabajar en conjunto con la gente”. En esa época diseñó aquel inolvidable papel -instrumentos en negro, blanco y rojo-  para El Palacio de la Música.
Siguieron trabajos en otras redacciones: Acción, Marcha, hasta que, en 1965, la decisión fue vivir en Buenos Aires. Lo recibió la revista Primera Plana. En 1971 pasó a ser, en el diario La Opinión, el único ilustrador. No había fotos en ese diario, sólo dibujos. Sus dibujos. Después, Clarín, donde hasta ahora acompaña las alternativas de la vida cotidiana. Al mismo tiempo  fueron naciendo sus libros: Al troesma con cariño, el primero, dedicado a Gardel, en 1971. Yo Bix, tú Bix, el Bix, homenaje a Bix Beiderbecke (otra pasión de Menchi es el jazz). Siguió George dear, sobre Borges, Scat; Seré breve; Galería personal, Dogor (a Troilo) Monsieur Lautrec, Tango mío, Sentido pésame; Vernissage y Una satisfacción tras otra.  El más reciente es “Y siguen las firmas”.
Publicó, además, durante años, una revista de excepción: Sección áurea.
Este hombre múltiple, que pinta y dibuja a diario, expone por el mundo, enseña –en el Taller de Artes Visuales, que fundó- tiene como único lujo una numerosa colección de discos y una fastuosa biblioteca.  Por aquí y por allá, en las paredes de su taller, hay prendidas frases de pintores, tarjetas con dibujos de Steinberg... Sábat afirma que “gente diversa ha pensado muy bien y realizado cosas muy bien hechas, que se pueden apreciar y agradecer; sólo me molesta cuando se establecen dependencias y alguien dice ësto se parece a fulano de tal. Alguien dijo que mi pintura le recordaba a Francis Bacon, Soutine y Modigliani... Le dije que se olvidaba de Carnera y San Martín!”

Ana Larravide

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