lunes, marzo 03, 2014

el Expreso Pocitos

POR LA VUELTA
por Ana Larravide



Apuntes en el Expreso Pocitos

I

Cuando está por llover, cuando me aburre todo pero apuesto a imaginar historias, esta ventana, esta silla, esta mesa me hacen creer que vivo frente al mar.
Pido un café: el alquiler más barato del mundo.

II

Un café renegrido, áspero, dulce, del que se acepta sólo el primer sorbo como un remedio imprescindible, como una prenda a pagar en un juego,
como un peaje aceptado con gusto con tal de estar allí, pasando el tiempo
entre otra gente, ajena, próxima. Mirándolos. Mirándolos y viendo, al fondo, el mar.

III

Lentos como jueces, vocacionales como actores de teatro, sin asombro ante nada como párrocos; con largos delantales negros. Los intemporales mozos del Expreso Pocitos.

IV

Hablaban furiosamente quietos, con rápidas ráfagas de palabras letales: - Yo te dije –le dijo.
- Esperé que dijeras –murmuró con labios apretados.
- ¿Entonces, nunca?
- Nunca.
Murieron los dos sobre la mesa. Se fueron sin ser más los que ahí quedaron.


V

¿Séptimo regimiento? Demasiados licores.
¿María la sangrienta? Su color espeso me hace mal.
¿Un gin? Me mata. ¿Ginebra? Es melancólica.
Pálida de frío quiero mi Margarita con su beso de sal.

VI

¿Viste que ya llegué? Sí, son lindos. Y nuevos. Y elegantes. Y caros. Y convierten el pie en imán adorable, en sexy joya, en adorno, en conjuro.  Te digo, a pesar de eso: para venir hacia aquí con apuro y de lejos son mejores los viejos.


VII

Cuando se dice chau sin pretender explicaciones, sin bronca, sin llorar; sin decir perdonáme ni te quiero ni ¿te acordás?
Cuando se dice chau sin un reproche es que se dijo para siempre chau.

VIII

Fumabas mirando hacia la puerta del bar. Fumabas moviendo tu larga mano con pulseras de oro con cansancio. Cuánto debían pesarte. El gesto lento descorría un telón sobre tu cara triste. Finalmente vino. No lo viste.

IX

De política. De literatura. De encuentros -porque siempre se vuelve
después de años de viaje o de años de rencor- de películas vistas
o de sueños perdidos; del azar rechazado en el número trece o en la frase que nunca se aceptó. De breves alegrías y de desdichas breves saben tanto estas mesas. De transcurrir la noche. De saludar el día. De querer ser poetas y de saber que no.

X

Ella olvidó teñirse el pelo, pero sonríe como una novia; él, un poco encorvado, sirve el té para dos y le habla de algo que debe haberle dicho mil veces al oído.
Parece que repitieran un cuento. Parece que conocieran algo encantador y privado, uno del otro. Parece que fueran felices.


XI

Cabeceó diciendo que sí al sueño, al esplín, al olvido. Sin penas ya y sin whisky en el vaso. Se quedó dormido a contraluz y solo, infinitamente triste en los espejos.


XII

Rosas esmirriadas que abriga el celofán como si fuera el tapado de armiño que nadie te compró. Frágiles rosas con frío como vos sin espinas para defenderte.


XIII

Había un cielo Magritte con una sola nube flotando en la ventana del bar
para nosotros dos. Había un aire suave y una suave alegría de encontrarnos tan bien.
Y era todo tan lindo y tan sencillo que no dijimos nada importante
ni vos ni yo. Nada trascendente. Nada como para escribir un poema.
  
XIV

Je suis Modiglianí  decía entre las mesas sosteniendo papeles signados con trazos elegantes, escuetos, musicales. Y alguno alguna vez le compraba un dibujo. Lo transformaba en vino y volvía, con su belleza insoportable, su talento, su fiebre, su amor insoportable, a abrazar a Jeanne.


XV

Tan difícil, tan fácil como bailar un tango fue caminar así, de ese modo trenzados. Como si nada nunca nos hiciera soltarnos o como si cualquier cosa pudiera separarnos.

XVI


Un pequeño papel, un pequeño dibujo en la servilleta de un café donde  espera otra vez ser feliz.

No hay comentarios.: