lunes, marzo 03, 2014

Tres gauchos orientales

En el bosque

Ana Larravide (*)

¿Gardel nació en Tacuarembó? Hay dudas. Pero no de que Tres gauchos orientales fueron "el oportuno estímulo que –afirmó  Leopoldo Lugones– recibió José Hernández para inspirar sus versos, tanto en la métrica como en el tema y la expresión." Borges (Obras Completas, edición de Emecé, 1974) lo consigna en su capítulo sobre Poesía Gauchesca.


“Pero me llaman matrero pues le juyo a la catana, porque ese toque de diana en mi oreja suena fiero / libre soy como el pampero y siempre libre viví / libre fui cuando salí dende el vientre de mi madre / sin más perro que me ladre que el destino que corrí...”
         Tranco, tranco recuerdo versos mientras camino por la orilla. Tantos años sin pisar Punta Ballena. Décadas. El agua tan transparente, la orilla plana y firme por donde jugábamos carreras a los diez años. Qué vacía estaba la playa, qué deshabitado el bosque, qué altos parecían los puentecitos que cruzaban las calles.
         El bosque de Lussich. Cuando lo escuché nombrar por primera vez, creí que Lussich sería un leñador o un ogro. ¿De quién más puede ser un bosque? Explorábamos entre los árboles, con indecible felicidad y algo de miedo (de que apareciera el tal Lussich probablemente con un hacha. ¿Qué nos diría? ¿Qué le diríamos?)
         Fue un verano de bosque y playa, de Sandokán a la hora de la siesta jamás dormida. De grandes bandejas con choclos al mediodía. De tocadiscos donde por primera vez escuché a Gardel (barrio plateado por la luna rumoresdemilonga sontód amifortuna).
         Por ese verano y por otras bondades siento un inmenso gracias hacia mis tíos Tota y Pepe. Pepe era el hermano menor de mi abuelo. A mi abuelo lo conocí poco. Recuerdo su cara flaca bajo el ala del sombrero y unas larguísimas piernas y su voz (nada recordamos tanto como lo que escuchamos con algún ritmo, en la infancia): “En un tren de la frontera iban de viaje solitos el inglés Guillermo Money y el gaucho Mariano Pintos; serio el inglés meditaba en un negocio arriesgado: de ganar cinco mil libras prestando tres al Estado...” (seguían muchas estrofas, las recuerdo hasta el irónico final: “¡si me llega a precisar, llame por el alambrau!”).
         Otro recitado frecuente era “Capitán de los tercios de Flandes, el gran capitán, de la capa colorada, de la ensangrentada espada y el buen caballo alazán./ Si diera a mi fantasía rienda suelta en este día, ya que partes, capitán, / contigo yo partiría y a la grupa montaría de tu caballo alazán.” En una infancia sin electrónica, un abuelo así era muy interesante.
         Fue el único de mis abuelos que conocí. Breves años. Pero su hermano (el menor de diez), Pepe, conocía los mismos versos; sonaban extraordinarios por el tono gauchesco en su amable voz, que marcaba la erre un poco a la francesa.
         Un verano Pepe tuvo la idea de construir una casa en Punta Ballena. Parecía tan lejos de Montevideo. A esa casa con nombre de carabela, frente al mar y al costado del bosque, llegó una camioneta verde, con los costados de madera, de donde brotamos una docena de muchachitos convencidos de haber llegado al paraíso. Era el paraíso. Atrás de los médanos: el mar azul. La playa, inmensa. El bosque, un misterio... ¡el bosque de Lussich!
         Pepe nos contó que Lussich no había sido leñador ni ogro. Pero le gustaban los árboles. Era capaz de reconocer a cada uno por la forma de las hojas, por los pájaros que los preferían y habitaban. Le gustaba que los árboles fueran distintos: simples como los pinos, raros como otros de los que ya no me acuerdo el nombre. Quiso hacer un bosque. Hizo un bosque. Y se lo regaló a su mujer como quien regala un ramo de flores.
        
“El oportuno estímulo”

También hacía poemas, Antonio Lussich: “Yo tuve ovejas y hacienda / caballos, casa y manguera / mi dicha era verdadera / hoy... se me ha cortao la rienda! / carchas, majada, querencia volaron con la patriada / ¡y hasta una vieja enramada / que cayó, supe, en mi ausencia!” (Su voz parecida a la de Cortázar los convertía en: “volagon con la patrgiada... / y hasta una vieja engramada que cayó, supe, en mi ausencia.”)
         Lussich, que había plantado tantos árboles, también había escrito un libro: Los tres gauchos orientales. Ahí, esos versos, y los que empiezan esta nota.
         Aquel verano está entre mis recuerdos felices: olas magníficas; el ruido seco al pisar ramas y piñas del bosque solitario; y el runrún de los versos criollos.
         Dejé de tener diez años y tuve veintitrés. Me casé y vine a vivir en Buenos Aires. Buenos Aires es una ciudad llena de literatura. Eso fue lo primero que me sorprendió. Yo venía llena de cuentos de entrecasa contados de memoria, fueran de conflictos familiares o de historia patria (a veces se mezclaban). En Buenos Aires parecía que se hubiera escrito un libro en cada esquina. En su Guía literaria de Buenos Aires Alvaro Abós describe los barrios según las novelas y poemas que escribieron quienes los habitaron y cuenta que el Martín Fierro lo escribió José Hernández en el Hotel Argentino, sobre la Plaza de Mayo. Hernández (El Gordo Matraca, para sus amigos) “tenía una memoria de superdotado. Podía escuchar una sesión entera del Parlamento y luego reconstruir los discursos textualmente.”
Hernández (derrotados los federales por los porteños en Ñaembé, campos de Corrientes; derrotado él mismo junto al caudillo López Jordán) dice Abós que se encuevó en ese hotel y escribió un poema de 78 páginas, en pocos días. Lo publicó a fines de ese año 1872 pagando de su bolsillo la impresión en papel de estraza. Arrasó. No hubo fogón donde no se leyera o recitara: “al hombre que lo desvela una pena extraordinaria como el ave solitaria con el cantar se consuela”.
         En 1910, durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, el poeta Leopoldo Lugones, proclamó en el Teatro Odeón que El gaucho Martín Fierro era el poema nacional de los argentinos.
         Y ahora les cuento el final o redondeo: las Obras completas de Jorge Luis Borges no son en verdad completas porque después de 1974 siguió escribiendo, pero en 1974 eran completas. Era –es- un libro grande. En la página 188, en el capítulo que dedica a la poesía gauchesca, Borges cita a Lugones: “Don Antonio Lussich, quien acababa de escribir un libro felicitado por Hernández, Los tres gauchos orientales, que ponía en escena tipos gauchos de la revolución uruguaya llamada Campaña de Aparicio, dióle, a lo que parece, el oportuno estímulo: por haberle enviado esa obra resultó que Hernández tuviera la feliz ocurrencia. La obra del señor Lussich apareció editada en Buenos Aires por la imprenta de la Tribuna, el 14 de junio de 1872, el envío del libro para Hernández es del 20 del mismo mes y año. En diciembre fue editado Martín Fierro. Gallardos y  generalmente apropiados al lenguaje y particularidades del campesino, los versos del señor  Lussich formaban cuartetas, redondillas, décimas y aquellas sextinas de payador que Hernández debía adoptar como típicas”. Acredita Lugones. Borges consigna.
         Borges debió escribir esos párrafos sonriendo. Él alardeaba de haber sido, también, “concebido en la Banda Oriental”.
         Camino salpicada por las olas de Punta Ballena, frente a la puesta de sol (medio siglo de puestas de sol no vistas por mí, allí, siempre) y bajo una luna nueva que apenas se ve, como un cuchillito de plata. Pienso en voz alta: “...el herraje que llevaba como la luna brillaba al salir tras de una loma / yo con orgullo y no es broma / en su lomo me sentaba...”
         -Martín Fierro... ¡Hernández! -me dice la querida amiga argentina que esta tarde me acompaña en la caminata.
         -No. Son unos versos que aprendí por aquí cuando era chica. Unos versos del Ogro Lussich.



             (*) publicado en el Semanario Brecha, de Montevideo, el 23 de febrero, 2012

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