lunes, marzo 03, 2014

Washington Cucurto

Editorial Eloísa Cartonera - Washington Cucurto


Made in Almagro


“No hay cuchillos sin rosas-verdulería-librería” se lee, sobre el vidrio un poco sucio, en una vereda del barrio de Almagro. Detrás del vidrio, como frutas de colores, hileras de libros. Son raros. Son toscos. Son lindos. Tienen aire de haber sido pintadas en un jardín de infantes, esas tapas de cartón con letras alegres que anuncian: Saer, Aira, Cucurto, Casas, Rosetti, Fogwill…
En el local de piso de baldosas, con toldo, abierto a la calle, hasta hace poco papas y cebollas competían por el espacio. Ganaron los libros. Si ustedes pasan por Guardia Vieja 4237 encontrarán, nada menos, la Editorial Eloísa Cartonera.




Desde Buenos Aires, ANA LARRAVIDE

fotos: NANÁ RIBEIRO


- Los editores responsables somos Fernanda Laguna, Javier Barilaro y, aquí presente, Washington Cucurto.
- ¡Semejante nombre! ¿Sos uruguayo?
- No. Me llamo Santiago Vega. “Washington Cucurto” me puso un amigo. A él le gusta Uruguay. Cuando empecé a publicar, lo usé.
Con ese nombre regalado, Cucurto firma su prosa y sus poemas: “Veinte pungas contra un pasajero”, “La máquina de hacer paraguayitos”, “Noches vacías”, “Cosa de negros”. Daniel Link, en el diario Página 12, juzga a Cucurto “revelación del año.” Y también refiere una encuesta que muestra a Eloísa Cartonera como boom editorial, proyecto sustentable que ha vendido más de cuatrocientos ejemplares por autor, en pocos meses.
- ¿Desde cuándo?
- A ver, en agosto del año pasado, empezamos. Primero como cartonería/librería/verdulería. Pensamos que la verdulería atraería al barrio. Pero quedó en cartonería/librería/galería de arte.
- ¿Galería de arte? - miro en redondo, el local. Él me cruza la mirada:
- Es esto, es aquí mismo. Pero en verano se desmonta la muestra.
En lo alto de la pared, un caballo como de calesita pintado sobre cartón es el rezago de esa muestra. Tiene más pinta de caballito soñado que de caballo de verdad.
La editorial tampoco parece de verdad. ¿De dónde salen los libros? Hay un montón de cartón corrugado (“los mejores son los de cajas de galletitas, por los colores”), hay una mesa con frascos de témpera, fotocopias, una engrampadora, goma arábiga. Es todo.
Una señora de desvaído vestido floreado toma mate –esos minúsculos matecitos porteños, enlozados- pegada a una radio. Le pedimos que baje el sonido para poder conversar. La apaga, magnánima.
- ¿Cuál es la intención de esta editorial?
- Poner el libro a disposición de la gente. Unos quieren leer, otros quieren hacerlos. Es una actividad pagada, en la que el libro se relaciona directamente con el trabajador. En la plata que se gana no hay intermediarios: vienen algunos cartoneros, les compramos el cartón, a un peso y medio el kilo, y a los que cortan las tapas se les paga tres pesos la hora de trabajo (tres pesos argentinos equivalen a treinta, uruguayos). Las tapas las pintamos con témpera. No hay distribuidores, no hay vendedores.
- Pero hay compradores.
- Si. Llevan libros de a uno, de a muchos. Vale cuatro pesos, cada libro.
- ¿Quiénes compran?
- La gente. Los vecinos. Si no está el título que piden, se lo armamos en un momento. Al principio venían de uno en uno. Ahora se corrió la voz. Hasta las librerías mismas, vienen…
- De España, vienen –dice la señora de vestido floreado. Y ceba su matecito.
- De España, de Chile, de Dinamarca han venido –confirma Washington.
- ¿Cómo  nació Eloísa Cartonera?
- Yo hacía con otro chico los libros chiquititos, esos que están ahí. Eran caros, porque el papel no se fabrica acá, es de Brasil. Con la devaluación triplicaron el precio. No se podía más. O se podía de otra forma: decidí empezar a trabajar con lo que había. Y lo que había era cartón.
- ¿Cuáles libros chiquitos?
- Ésos ¿ves?, los de Eloísa latinoamericana.
- ¿Por qué “Eloísa”?
- El chico que diseña estaba enamorado de una Eloísa.
- Ah.
- Era muy… muy cheta ¿no? muy fresa; tenía auto, un montón de plata. Entonces, no le iba a dar bolilla. Yo le dije: “Ya que nunca te va a dar bolilla por lo menos hagamos una editorial que se llame Eloísa.”
- ¿Y… le dio bolilla?
- Ni cero cinco.
- Pero ¿sabe, que es por ella?
- Sabe, sabe. Él… hasta le pintó cuadros.
- Pá.
- Hasta ahora, nada.
- Debe ser inteligente, jajá –mumura la señora del matecito, como para sí.
- Él es Javier Barilari. Ahora está en Córdoba. Bueno, el nombre fue por eso. Pero también empezamos esto por la necesidad de hacer algo con los recursos que uno tiene. Queríamos que fuese algo original, que generara una demanda (cosa que sucedió) y, también, con la onda de algo comunitario, que mezclara lo social con lo cultural.
- ¿Cómo arman los libros?
- David y Daniel Ramos cortan las tapas. Ellos hacen las mezclas de color, preparan las máscaras con letras caladas para los títulos. Tienen 19 y 20 años; eran recolectores de cartón. Pero también hacían artesanías en Fiorito, su barrio. Se dan idea para el color. Cada libro que hacen es único. No hay uno igual al otro.
Entra un hombre, con cartones. Cucurto lo recibe. Los pesa. Los compra.
La señora de la radio apagada pasa al primer plano, hablando del calor. No le falta razón: arde, Buenos Aires.
- Pero en Europa hacía más calor –afirma.
- ¿En Europa?
- ¿No escuchó los noticiarios, el año pasado? Se morían. Pero aquí, por lo menos, no se muere nadie. Hay que tomar mucho líquido. Yo me pongo una cosa fría, aquí en la nuca… ¿Vió que bueno que es?
- ¿Quién? ¿Cucurto? Me parece que sí. ¿A usted por qué le parece bueno?
- Por el hijito. Tiene un hijito de un año, que siempre está contento cuando él lo trae. Es pícaro, toca todo. Es hermoso.
- ¿Cómo se llama?
- Baltasar. Como el rey Baltasar.
- ¿Querés venir para acá –me invita Washington desde la vereda- y te presento a Fabián?
Me disculpo con la señora que queda flotando en el sopor de la tarde, como el gato parlante de Alicia, y salgo. En la vereda hay sillas blancas, de plástico. La mesita de las témperas fue a dar allí. Washington se instaló, a pintar tapas.
Fabián Casas es uno de los autores publicados por Eloísa Cartonera y es quien rebautizó a Santiago Vega.Simpático, tiene don de gentes o mucha calle o las dos cosas.
- ¿De Brecha? ¿Conocés a Carlos Liscano?
- Personalmente, no.
- ¡Escritor de putamadre! Tengo su “Diario de la cárcel” y “Parte de una guerra reciente”. Me encantaría saludarlo. A Darnauchans también lo busco, por un un documental sobre Mateo…
Tengo el teléfono del Darno pero me pasa una cosa muy rara: siempre sale una voz de mujer en el contestador automático: “deje su mensaje”; yo no dejo porque así no me gusta. Entonces unos me dicen que está internado… otros que salió… otros que se volvió a Tacuarembó… Muy raro. Nunca lo encuentro. Y de Liscano nunca encuentro nada tampoco: busqué libros de él hasta por la feria de Tristán Narvaja, sin suerte. Pero sigo buscando… me gusta leer, cruzar… Lo que está bueno es cruzar.
- ¿Vos trabajás aquí, en Eloísa?
- No trabajo aquí, pero nos conocemos desde antes que empezaran. Me publican textos. Mirá: yo lo conocí cuando él estaba en la secundaria y yo fui a dar una charla sobre poesía. Cucurto era un alumno.
- Él me puso Cucurto.
- Si. Uno de mis seudónimos, cuando hacíamos una revista de poesía que se llamaba “18 whiskies”, era Washington Larsen. Por el Larsen de Onetti. Bueno. Cucurto trabajaba en un supermercado, empezó a venir a la librería donde hacíamos esa revista. Yo le pasaba libros. Y era increíble porque después traía textos, iguales. Con sus temas, pero iguales.
- ¿La entonación?
- Claro, como una música: si había llevado Gelman, volvía Gelman; iba Girondo… volvía Girondo. Empecé a ver que el flaco tenía algo. El encontró su estilo, en esas mezclas.
- ¿Cuántos títulos ha publicado Eloísa Cartonera?
- ¡Treinta y cinco! –Cucurto se ilumina, entre las témperas
- Entre ellos, autores como Aira, Gelman… que además son gente que nosotros queremos, admiramos. Nos han ayudado de mil formas: comprando libros… Piglia me pagaba la edición de “18 wiskies”; Gelman cuando yo era chiquito me llevó a su editor, que publicó mi primer libro de poemas. Son gente fenomenal; que no se queda aparte.
- Los autores los reconocen y acompañan. ¿Las librerías?
- Hay librerías con muy buena onda. Una es La boutique del libro (una librería muy fina, de barrios caros: San Isidro, Palermo…) que nos paga al contado. Otras que nos compran son Prometeo, Hernández, Norte, Centro cultural de cooperación, Antígona.
- ¿Con esas ventas se sostiene la producción de Eloísa Cartonera?
- Las ventas dan para comprar el cartón, la pintura, hacer las fotocopias y pagarle las horas de trabajo a los que cortan las tapas y arman los libros.
- Pero el alquiler del local lo banca Fernanda Laguna, que es “nuestra Evita”. Ella cree en esto.
- ¿Les comento?... –interrumpe un muchacho con una gran caja en brazos (recordar que estamos sentados en la vereda).
- Comente.
- Me quedó sin entregar, de un pedido, esta oportunidad, doña: ¡una cacerola con el colador incorporado! Buen precio.
- Agradezco, pero no.
- Bueno, disculpen la molestia… -se pierde Guardia Vieja adelante, el muchacho con su oferta, por las calles de Almagro.
- ¿Y cuáles son tus libros, Fabián, publicados por Eloísa Cartonera?
- Tengo éste, que Cucurto está pintando las tapas, que se llama Pulenta: “El bosque pulenta”. Y “Los Lemmings”. Y otro que se llama “Casa con diez pinos”. Hace poco hicimos una presentación de todos los libros en un cabaret de un amigo, aquí a cinco cuadras, porque uno de mis relatos sucede en ese cabaret. Con música toda la noche, duró hasta las nueve de la mañana. No sabés la cantidad de gente que fue. Se vendió todo. Todo.
- Buena crítica, dicho sea de paso.
- Lo nuestro es un tipo de escritura que todavía no tiene aval del canon literario. No hay una estética determinada en nosotros (eso está bueno también, que no sea un grupo, sino muchos cruces) todos tienen que ver con una estética lateral, algo que aunque es viejo siempre resulta nuevo.
- ¿Qué?
- Competir, con el relato de uno. ¿Viste en “El sur”, de Borges, cuando le tiran migas de pan a Dahlmann para provocarlo, para pelearse con él? Yo digo que esta escritura nuestra es como esas migas de pan que le tiraban al escritor que no sabía manejar el cuchillo. Una gran parte de la literatura, de la poesía argentina, tenía que ver con la voz de Borges. Dahlmann viene a ser Borges. Yo admiro a Borges. Pero también hay que ver qué tenía para decir el tipo que le tiraba las miguitas para torearlo.
-  Ya veo. Las tiran, ustedes también. ¿Y qué pasa?
- Pasan cosas. Hace poco fuimos a un taller de poesía de los 90, en Mar del Plata. Los chicos que empezaron a leernos pasaron del rechazo al entusiasmo furioso. Quisieron hacer un trabajo de cátedra, vinieron a entrevistarnos… ¿Te acordás, Cucurto?
- ¿Cuáles son tus provocaciones?
- Escribo sobre el barrio de Boedo, que es donde yo nací. Recupero a mis amiguitos de chiquito. Se va armando como una épica de la zona. Eso, estoy haciendo. Soy una especie de Joyce de Boedo.
- En vez de dublinenses, boedenses.
- Buedenses, diría mi viejo, con u. ¡Le voy a poner “Buedo” al libro! –concluye Casas.
- ¿Cuántos años tenés, Washington?
- Ahora tengo treinta.
- ¿Y cuando conociste a Fabián?
- Tenía catorce.
- ¿Qué recordás de aquella charla que él fue a dar, sobre poesía?
- Yo ya escribía poemas. Leía a Neruda. No sabía que se podía escribir de otra manera. Cuando leí cosas que trajo Fabián –él escribe muy bien- me di cuenta de que había otra manera, otro tono. Eso sigue siendo la idea: escribir y publicar tonos distintos.
- Migas provocadoras arrojadas a la cara de Dahlmann –insiste Casas.
- Otro propósito de Eloísa Cartonera es sumar voces latinoamericanas. Tenemos publicados a Sergio Parra y Gonzalo Millán que son chilenos –cuenta Cucurto- Millán es uno de los escritores fundamentales de Chile, hoy; a Osvaldo Reynoso, peruano, inventor de la literatura de collera.
- ¿Qué es eso?
- Literatura sobre pandillas (como lo que hizo después Vargas Llosa: Los cachorros).  Ahora vamos a publicar literatura brasileña, que eso no hay. No hay mucho. Publicaremos a Haroldo de Campos, poeta concreto, que fue un prócer en Brasil. Murió, el año pasado. Conseguimos un libro inédito de él y varios poetas lo tradujeron: será un libro grupal.
- Traés  a cuento a los brasileños y se me ocurre que… Eloísa Cartonera tiene una parienta: ¡la literatura de cordel! Imprimían folletines con tacos de madera, de a uno, así, como ustedes, artesanales. Colgaban esos libritos en las ferias, en cuerdas, como si fueran ropa al sol.
- ¿Folletines?
- Historias sobre cangaceiros, aventuras de bandidos, casos de enamorados, asesinatos famosos. Tenían gran difusión.
- ¿La literatura de cordel? Si, la literatura nordestina… sí, sí, ahora me acuerdo: todos con sobrenombres, ¿no?: “El cazador de serpientes”, “La mujer que voló como lechuza”…
- En vez de pintar las tapas, como vos, las imprimían con tacos de madera.
- ¿Cómo es eso?
- Tallás la madera con una lezna.  Calás los blancos.
- Entiendo.
- Si aquí les hubieran quedado papas, probábamos. Con partir una a la mitad se hace un sello (más fácil que en madera) y toc, toc, imprimís.
- Está bueno, eso.
- La de cordel también era literatura marginal. Popularísima. Fijaban así leyendas de tradición oral…
- Flor de campaña de alfabetización. Estaría bueno hacer una cosa así.
- Capaz que Eloísa es la reencarnación de esas mujeres/lechuzas…
- Con alas de cartón.
- Además de cartón, están usando el principal producto del siglo XXI: el diseño.
- Eso dice Barilari, justamente: que el diseño es un valor. Algo que marca una diferencia.
- “Un valor agregado.”
- Sí, gustan mucho las tapas pintadas. La gente busca estos libros por el contenido, por la forma y por el ruidito.
- ¿Por el ruidito?
- Hacen un ruidito lindo, al abrirse: el crujido de la página pegada al cartón…
- ¡Pero no le estás pintando la ele, Cucurto! Dame, que las pongo yo –pide Fabián.
- No. No, no, que se arruinan
- ¿No me dejás que les ponga la ele? Al estencil le falta la ele: tiene que decir PULENTA.
- No importa. Dejá.
- ¿No decías que importa la forma, además del contenido? Dáme que les pongo la ele…
Fabián Casas se queda pintando en la vereda. Vuelvo al local, con Cucurto.
- Tanto embromar con la ele y la pinta con amarillo, que no se nota contra el fondo… ¿Sabés, que tenemos editado un uruguayo? Dani Umpi. Es un genio total este pibe, Daniel Umpiérrez, que nació en Tacuarembó…
- Como Gardel.
- Hay un montón de argentinos nacidos en Tacuarembó ¿no?
- Si habrá. Tacuarembó es casi casi como Boedo ¿vió? Me llevo a Umpi. Y querría comprar uno de Fabián y alguno tuyo.
- ¿Querés Noches vacías? Salió “libro del año”. No queda, pero te lo armo en un segundo…
- ¡Libro del año!… ¿cómo te sentís con eso?
- Y, soy medio vanidoso.
- ¿Sí? Quién diría.
- Todo el mundo es vanidoso.
- ¿Te parece?
- Depende vanidoso para qué. Pero sí. Todo el mundo.




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