jueves, marzo 20, 2014

Julio Chávez

Entrevista a Julio Chávez
ACE de oro 2006/2007

La lección del maestro


texto: Ana Larravide
fotos: Naná Ribeiro



Desconcierta en la calle Castillo una gran persiana de metal con grafitis de spray y pinta de garage abandonado. ¿Puede ser aquí una  escuela de actores? Espero. Pisadas que se acercan. En la persiana cerrada se abre una puerta como para enanitos: desde allí abajo, como en broma, aparece la cara sonriente de Julio Chávez.
Adentro, afiches de teatro y de exposiciones. Y un espacio iluminado como un escenario. Puedo creer que entrevisto a un actor o que soy una actriz que entrevista a un personaje.


- El otro, protagonista de tú última película, es alguien bajo la lupa en sus menores parpadeos, incluidos sus silencios... con naturalidad, como si simplemente te dejaras estar frente a la cámara.
-¿Eso parece? El director, Ariel Rotter, quiso mostrar la posibilidad de acompañar una existencia, hablar del tiempo, del cuerpo, de la muerte, de las despedidas y de los recibimientos. De algo inevitable que nos sucede: miramos gente muy grande (sabiendo que uno va hacia ahí) y al mismo tiempo criaturas muy chiquitas o aún por nacer...
-¿Cómo vive un actor esa situación?
-Uno hace una prestación de servicio: yo tengo un presentimiento de un material. Siempre intento seguir la huella de ese presentimiento en relación a lo que hay que relatar. Y aprendo, de mi oficio. Lo quiero muchísimo a Rodrigo Moreno [el director de El custodio] y lo quiero muchísimo a Ariel: me fue muy enriquecedor trabajar con los dos. A Ariel le gusta explicar, pone la cámara aquí, no, mejor acá... Es sumamente angustiado, muy vehemente, sumamente cuidadoso con los otros, un encanto de persona. Me interesan mucho sus estrategias de relato.
-¿Estrategias?
-Cada filmación requiere distinta estrategia actoral. El custodio, El otro, Extraño [de Santiago Loza] son películas sumamente complejas porque el relato no está puesto en la palabra: relatan acciones sencillas y un paisaje ante el cual te tenés que detener, escucharlo. Como si le preguntaras a una persona "¿cómo estás?" y, en vez de escuchar su explicación de cómo está te detuvieras a percibirla, a acompañarla en su silencio.
-Eso no es frecuente.
-No. Por eso me interesa tanto. Estas tres últimas películas son muy pedigüeñas. Piden algo, hoy, que no es fácil dar: "Detenéte, esperá y entrá en un viaje silencioso, cargado de complejidad". Pedirle a alguien "escuchá": no sólo lo que te digo sino lo que pasa: escuchá lo que el mundo te está diciendo: escuchá al árbol o escuchá la manzana. Eso es algo raro.
-También rara es la comodidad que transmite El otro: la relación con su padre, cómo lo baña o la forma en que se sienta a su lado, relajado, sin angustia. Muestra sentirse a gusto con lo que le toca vivir.
-Eso es algo que pedía el asunto. Estar es estar. Mirar es mirar. Vos tenés que prestarle al director la existencia y la humanidad que él necesita. Para uno, simplemente, es cuestión de estar en el interior de la melodía del asunto que vas a filmar. El estar de El custodio no tenía nada que ver con el estar de El otro.
-El otro se disfraza para probar libertades... como cuando le dice al escribano que no va a quedarse en el pueblo y se queda. O como cuando no le niega a cierta mujer cosas que ella supone pero no son ciertas; pero no lo hace para estafarla.
-No.
-Sino casi para complacerla, dando por cierto lo que ella imagina de él.
-Sí. Sí, para mí está encarado así. Ésa es la idea. Yo estaba intentando construir un objeto en sí mismo, en su verdad, sin molestias. Un personaje así.
-¿Hablamos  de otras películas? La película del rey... aquellos caballos galopando con maniquíes en sus monturas, porque ya no quedaban actores y había que seguir...
-¿Ves?: ahí tenés una película que no me gustó filmar, no la pasé bien, y que ha sido después muy generosa. Es una película importante para Sorín. Para mí fue muy duro filmarla. Como esos cuadros que la gente se acerca y los elogia y los elige, en una exposición. Pero en tu experiencia fue conflictivo pintarlos.
-¿Cómo es el estilo de trabajo de Sorín?
-La realidad fue casi como lo que sucedía en la película. Estábamos en el sur, a trescientos kilómetros de Comodoro Rivadavia con un viento feroz, en todo el mes no paró el viento. Un mes escuchando viento, viento, viento... Es un lugar muy psicotizante, el sur. Bellísimo. Muy fuerte. Con Sorín, que es alguien absolutamente infrecuente, con muchísimo talento, y al mismo tiempo un mono con navaja. Y todo el equipo allá, cada uno con su adaptación, sin poder volver a tu casita cada noche. Había un lugar, donde filmábamos, que se llamaba El bosque petrificado. Increíblemente hermoso. Y yo era mucho más chico. Como actor, era un adolescente.
-Antes habías hecho con Luisina Brando Señora de nadie.
-Cuando pasan los años, para quien le gusta su oficio, el disfrute es mayor. Porque la elección es más interesante, porque la conciencia del trabajo actoral se vuelve más precisa, porque sos mejor estratega.
-Cada pequeño tic de Un oso rojo, su mirada, su forma de afirmar la mandíbula al manejar el auto, ¿es una ofrenda a una estrategia?
-Es un producto espontáneo, pero acumulado: tiene gobierno.
-Stanislavski contaba que en una obra donde una mujer muy linda debía escapar, le sugirió: "entorná un párpado; parecerás tuerta y no van a reconocerte". Expresar esa mínima deficiencia ¿podía volverla irreconocible?
-El tema de las elecciones de las metodologías, los sentidos comunes, las ideologías de cada director, está lleno de discusiones. Nuestro trabajo tiene mucho que ver con la moral y la ética. Un camino que se transforma en un hecho moral va a determinar la elección de una metodología. Próxima o alejada de las enseñanzas de Stanislavski.
-¿Por qué?
-Porque pueden considerarlo dogmático o por el contrario han establecido un contacto afectivo ideológico, con sus enseñanzas ¿no es así? En esto me parece que se cristaliza algo. Es lo que hacen las morales: cristalizar. En cambio, la ética plantea siempre un interrogante. No tan fácil de cerrar como el de la moral. Y que finalmente se mantiene abierto.
-Felizmente.
-Si a vos te parece, felizmente, sí. A mí también. Yo creo cada vez más que deben ser variadas las estrategias en el relato de un director, de un actor... ¡sumamente abiertas! Sin ascos a ningún camino en tanto te conduzca a la articulación del relato que vos querés hacer. Si el consejo es "ponéte tuerta" y eso va a producir algo en el espectador, okey, hacélo. Y si el camino es "trabajá sensorialmente contra el objeto" y eso da resultado, que sea eso.
-¿Qué elegís vos?
-Yo estoy hoy muy interesado, muy ocupado, en salir del problema del actor y ubicarme en el problema del espectador: ¿qué necesita el espectador para imaginar?
-¿Imaginar junto con él?
-Quiero tomar en cuenta el hecho de que hay un imaginario en el espectador. Yo soy en verdad un relator del asunto: le cuento al espectador. Entonces, todas las metodologías no deben alejarse de un hecho final y último que es contar, relatar. En el relato puede haber elementos particulares y a veces metodológicamente no aceptables. Me gustó mucho algo que contó Glenn Close en un programa del Actors Studio, una anécdota sobre Atracción fatal. "¿Cómo trabajaste la escena del ascensor?", le pregunta el conductor que la reporteaba. Ella lo mira y dice: "Whisky". Mira a la audiencia y agrega: "¿Muy Actors Studio, no?". Me gustó. Autorizó la decisión de cuál es el momento y la forma en que puedo producir lo que creo que debo relatar.
-¿El afecto y devoción a un maestro llevan a imitar sus soluciones?
-El afecto y a veces también la seguridad que nos proporcionan sus caminos. Pero hay tantos. Incluso hay directores que prefieren trabajar con actores que no son actores.
-¿Qué te ilusiona más en un alumno nuevo?
-Su disponibilidad: ver muchos semáforos en verde. En cambio, hay personitas que cuando se acercan ves que, todo el tiempo, su semáforo está en rojo. No para mí, para ellos mismos: "quiero cantar pero mi instrumento no responde; quiero gritar pero mi voz no da; quiero hablar pero la articulación no funciona; quiero expresarme pero la situación me cohíbe". Entonces pensás: "Pobre. Todo el tiempo se te pone el semáforo en rojo".
-Puede cambiar la luz, supongo.
-Claro. Ante todo hay que entender qué es "un semáforo en rojo": avisa que algo vas a tener que aprender. Sobre todo, lo que más me conmueve e importa, en un actor, es su deseo de aprender. Lo mejor que le puedo contagiar a otro es el gusto por aprender. Generalmente uno viene o va en la vida queriendo salir de los problemas. Y yo lo que quiero es que el actor se meta en sus problemas. No es un lugar, éste, para resolver los problemas sino para meterse en ellos.
-Me imagino que, así como nosotros vamos a ver a los actores, ellos nos miran en la vida diaria, en los ómnibus, en la calle: ¿escuchás lo que esas personas dicen con el cuerpo?
-Sin lugar a dudas. La escena no le pertenece al actor, le pertenece al ser humano. El humano es el animal de la escena. Como actores hacemos nuestro arte indagando sobre eso.
-Reflexionan sobre la escena humana.
-Pero no inventamos las escenas, no inventamos la expresión, no inventamos la escena de la virtud. No inventamos la escena del odio. Todo eso le pertenece al hombre. Uno de nuestros grandes temas es cómo podemos hacer, de lo más humano (que es la escena) algo artístico: cómo podemos contarla; sin modificar lo humano que tiene.
-¿Es cierto que: ”No conviene representar el odio ni el amor ni los celos como estereotipos de esos sentimientos sino como una sucesión de pequeñas escenas”?

-¿Stanislavski? bueno... él dedicó su vida al problema del teatro, al problema de la dirección, al problema de la poesía. Es sin duda el hombre del teatro del siglo pasado. Para mi es un gran pensador del problema del teatro; un gran pensador lastimosamente cristalizado.

-¿Quién te interesa más?

-¿Como pensador?

- Como posibilitador de tu tarea de actor.

-He tenido grandes ayudas, maestros, colaboradores en mi formación. Digo esto pero antes yo decía "A mí me formó Tal". Eso lo he erradicado de mi lenguaje. Ahora digo "Yo me formé": quien se formó soy yo conmigo mismo. He tenido colaboradores fundamentales para esa formación, pero la voluntad es mía, la decisión es mía, el padecimiento es mío, la tozudez es mía, el límite es mío. Lo que puedo y lo que no puedo me pertenece.
He tenido a Agustín Alezzo y a Fernández, Augusto Fernández, como grandes colaboradores para mi formación. Y Elena Visnia y Nora Dobarro en el mundo de la pintura. La gran relación es la de maestro-alumno. Para mí, más que la del padre o la del hijo. Más que la pareja. Para mí. No digo "en la vida", digo "en mi vida". El maestro.
-¿El que espera en uno, el que muestra y anima?
-El encuentro con el maestro es un encuentro en un espacio autónomo: el espacio del teatro, de la pintura...
-Me gusta un cuadro tuyo... un hombre sentado de espaldas, mirando hacia un parque.
-¿Dónde lo viste?
-En el Centro de la Recoleta.
-Hace unos cuantos años que no pinto. Tres, cuatro años. Ahora hago objetos, "Mueblecitos inútiles". He estudiado pintura muchos años. Veinte años. Con momentos de abandono (muy pocos). He tenido que relegar la pintura ante lo que es mi trabajo en el teatro. Como "la decisión de Sophie".
-Caramba, qué tremendo que compares tu elección entre teatro y pintura con esa decisión. ¿Tanto dolió relegar la pintura?
-Bueno, no se relega. Pero recuerdo el gusto y el placer de la actividad. Y la extraño. No me salvo. Es un lenguaje que me apasiona mucho. Y en este momento no me es posible.
-Pero los "Mueblecitos inútiles", lo son.
-Son posibles, sí.
-"Inútil" no es una palabra socialmente bien vista, aunque a mí me gusta: no creo que todo tenga que ser útil.
-A mí me gusta lo inútil. Un mueble generalmente sirve para algo y estos mueblecitos (su tamaño, su confección, el material con que están hechos) son imposibles. Por su tamaño, primero. Y porque cuando vos te acercás a ellos no son un ropero ni una silla ni nada: en su evocación parecen un mueblecito o su réplica pero al acercarte ves que ningún mueblecito puede ser así. Están hechos de un material muy liviano (cartón y papel) que parece madera. Los levantás, creyendo que son pesados... y son livianísimos. Están todos chuecos... si éste fuera una mesa, de ella se caería todo; si este otro fuera una silla nadie se podría sentar ahí...
-Qué mueblecitos tan rebeldes.
-Me parecen encantadores, con sus fallas. Me parece tan tierno que sean así. Tengo una relación muy frustrante con la madera. Mi padre era carpintero, de manera que para mí la carpintería es algo muy evocador. Me habla. Tengo una relación afectiva con eso. Y conflictiva. Verme a mí en el taller mintiendo la madera, me encanta. Porque a mí me encanta la ficción, me encanta la mentira. Hacer un mueblecito y que alguien me pregunte "¿Qué madera usaste?" ¡y yo saber que han caído en el engaño de creer que es madera!
-"No conozco prienda que no se parezca al dueño": tus conmovedores y tiernos y chuecos mueblecitos ¿se parecen a vos?
-¡Yo soy así! Tosco, desmañado... Yo he ido a un colegio industrial; en un momento creí que podría ser bioquímico.
-Tus manos podrían ser de carpintero. ¿Son un cuento chino, las "manos de pintor" de largos dedos finos?
-Las que conozco están estropeadas y ensanchadas por el trabajo. Bueno, en aquella escuela técnica nunca logré poner un estante derecho ni un cable en su lugar ni una tabla con una lámpara bien adosada... Todo lo mío estaba torcido, mal hecho. Y hay algo de eso que me expresa: lo chueco, lo torcido...
-Y refinar todo eso. Transformarlo.
-Me gusta ese juego también. Todo articula, en el fondo. El intento de articular la expresión de uno en el interior de ese lenguaje.
-Tu personaje en Un oso rojo tiene esa dureza como de piedra en su aspecto físico. Y una enorme ternura, no dicha, pero que muestra en hechos.
-Es bien tierno ese personaje. A mí me gustó mucho. Aprendí muchísimo. Creí que no iba a poder hacer esa película, le había dicho que no a la productora. No tiene nada que ver conmigo ese personaje. Nada. Pero aprendí que tengo que tener mucho cuidado acerca de mí mismo y de las opiniones que tengo sobre mí.
-¿Sobre tu fuerza?
-Acerca de mi capacidad de entendimiento. Por suerte entendí en ese momento que quienes trabajaban conmigo, con mi instrumento, también se sintieron habilitados para prestarme ayuda. Porque el entendimiento no es solamente el deseo sino la posibilidad de ejecución. Hay momentos en la vida en que los materiales se nos presentan con más docilidad: vos podés golpear una puerta, no por eso se va a abrir. La puerta se va a abrir cuando se tenga que abrir, es cierto. Pero hay que intentar golpearla.

-Dijiste “tengo algo adentro que puede ser tosco”. El Oso era tosco y tierno, tan capaz de delicadeza... No sé si fue planeado o les quedó por casualidad: el momento en que estás junto a Soledad Villamil (ella va a verte a la pensión)... después de un breve abrazo  el pelo de ella se separa tan como a su pesar, de ti. Es un desprendimiento suave de esa mujer que te abraza, te suelta y su pelo demora en irse con ella.

-Quedó así.
-¿Qué recuerdo te queda de haber trabajado con Adrián Caetano?
-Es un hombre de enorme talento. Tengo mucho gusto por la visión creativa de Adrián. No soy amigo de él, somos animales muy diferentes. Pero me gusta acercarme a lo que Adrián hace. Siempre le encuentro una impronta personal auténtica.
-Y por último (o al principio) una mujer en tu vida de actor: Bemberg.
-María Luisa. La conocí en el rodaje de Señora de nadie. Siendo yo mucho más joven (que ahora) y mucho más joven (que ella). Había una gran brecha. Y me cohibía mucho.
-¿Como directora?
-Para mí era "los Bemberg", la empresa Quilmes. Siempre se me representaba como "la reina bajó a filmar", siempre. Una señora con mucho charme, y muy sencilla al mismo tiempo. Muy respetuosa. Una buena persona. Realmente con buenas intenciones. Trabajadora. Ha batallado. Ha tenido que sortear sus propias circunstancias.
-Algunos parecen tener circunstancias excesivamente amables en su vida y sin embargo...
-"Donde está tu fortuna está tu límite".
-Supo hacer algo, con su fortuna y sus límites.
-A veces era sumamente inhibitoria (en ese momento, para mi naturaleza). Tengo mucha mitología en la cabeza, como todo ser humano: allí están los reyes, los duques, las princesas...
-Las reinas.
-La clase alta, la clase baja, el agujero del zapato...
-¿Te contaron muchos cuentos de hadas?
-No los erradicaría. No les daría el gobierno de mi persona, pero tampoco los echaría del reino.

Y con una sonrisa bondadosa -tan complaciente como la de El otro- concluye la conversación.

  

RECUADRO

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS

23 de octubre en el teatro El Nacional: entrega de los premios ACE (Asociación de cronistas del espectáculo).

Tres veces subió a escena Julio Chávez, a ser aplaudido por sus pares y recibir el Premio ACE:
. como mejor actor durante la temporada 2006/2007, por Yo soy mi propia mujer, unipersonal en el que asume el papel del escritor Doug Wright y el de Charlotte von Maisdhorf (en diálogos originados en entrevistas y cartas), en el Multiteatro, a sala llena desde enero del 2006.
. como mejor director de espectáculo off, por La de Vicente López, que estrenó el 19 de mayo en El Camarín de las Musas. Es autor, responsable de la puesta en escena y de la dirección de esta obra.
. como ganador del ACE de oro, por su desempeño durante la temporada de teatro 2006/2007.
Amén de semejante labor teatral como autor, actor y director este año protagonizó, en cine, El otro, dirigido por Ariel Rotter. Y su labor docente, de la que habla en esta entrevista.


China Zorrilla

Entrevista con China Zorrilla 
por Ana Larravide.
Buenos Aires, diciembre 1994.
Para "Convivir", revista de el diario El Observador, de Montevideo.

          
           
"El teatro nos ayuda a ser felices"


China Zorrilla es un puente. Entre uruguayos y argentinos, entre autores y público, entre una generación y otra. Vive en Buenos Aires en la calle Uruguay, como para mezclarlo todo.  El living, hogareño como el de cualquier casa familiar con sus sillones floreados, sus cuadros, sus plantas, ofrece la comodidad sin vueltas de haber ido a visitar a una tía. Sin embargo ella es Emily, es La incomparable Mrs. Bennett, es Victoria Ocampo, es la directora de Perdidos en Yonkers y de Salven al cómico...
            Es, también, la periodista que persiguió a Fellini en un Festival de Cannes, la conductora de televisión, la que escribe cartas, guarda fotos y comparte proyectos, la incansable traspasadora de emociones.
            No es un caso de desdoblamiento de personalidad, es que China Zorrilla es capaz de prestarle expresión a todos esos personajes, de expresarse ella misma en formas múltiples. Y es esta que en ropa de entrecasa desayuna en su mesa redonda, con el teléfono a un lado y su perra al otro, en una mañana de verano.



- Hace más de dos años que no baja de cartel "Eva y Victoria", y estás preparando "La pulga en la oreja": ¿tu coquetería consiste en estrenar continuamente nuevas obras?
- Ah, sí, es impresionante...

            Suena el teléfono (en lo de China el teléfono es como un cu-cú, que pauta toda entrevista, cada cinco minutos):

- ¡Pero mi amor, pensé verte anoche..! Si, ¡qué me decís! cuarenta grados, creo. No, yo no, tu sabés que  la Bemberg me dejó este aire acondicionado... Nunca lo prendí, hasta que vino esta ola de calor. Porque le tengo pánico al frío en la garganta. ¿Nos vemos hoy o mañana? No. De noche, yo grabo televisión, estoy citada hasta las nueve en el canal. Bueno, después. ¿Por qué no me decís algún lugar? Podés irte a "Edelweiss" que ahora está aburrido pero tranquilo. ¡Ahí está! Mañana a las once, allí. Un beso.
           
           ¡Marta! cerrá, por favor, la puerta de la cocina porque nos morimos de frío.

 ¿Sabés? creí que nunca iba a volver a sentir frío en Buenos Aires. Heredé, el aire acondicionado de Dominique Sanda, que una vez le puso la Bemberg en mi cuarto. Yo soy anti aire acondicionado... pero estos días, lo bendije. Cuando me iba al canal a grabar, lo dejaba prendido y al volver encontraba la casa fresca.

- En Buenos Aires extrañarás el aire de Montevideo.

- De noche, sí. Pero mirá que en Montevideo se mueren de calor, igual que acá.  ¿No le ponés azúcar?

- Este verano has ido mucho a la costa argentina, por llevar "Eva y Victoria", con Luisina Brando.

- Estamos yendo todos los jueves y viernes, a San Bernardo. Los sábados a Villa Gesell, que es a sesenta kilómetros. El domingo, a Pinamar y, después de la función volvemos a Buenos Aires.  Alquilé un apartamentito por allá. Me llevo la perra y la máquina de escribir.

- ¿Por qué llevás máquina de escribir?

- Y... yo escribo mucho. Siempre estoy traduciendo o adaptando obras. También, muchas cartas.

- ¿Cartas?

- Si.

- Creía que tu forma predilecta de comunicarte (teatro aparte) era el teléfono... ¡que eras la diva del teléfono blanco!

- Contesto todas las cartas que recibo ¡y recibo miles! Pero las contesto, todas. Abre un cuaderno y muestra columnas de nombres, con picuda “letra del Sacre Coeur”: Acá anoto todas las personas a quienes les escribo.

- Parece un directorio de computadora.

- Mirá: una, dos, tres...veinticuatro, veintiséis...cuarenta: las escribí entre el seis de enero y el dieciocho de enero.

- Vas a ser la salvación de los historiadores, en estos tiempos de comunicaciones por fax y por teléfono, en que las cartas personales son poco frecuentes.

- ¿Sabés? yo he hecho mucho periodismo. Empecé, precisamente, escribiendo cartas. Y así asistí a un festival de cine en Cannes.

- ¿Cómo fue?

- Yo le mandaba a mamá largas cartas, a mano. Estaba en París. Me invitaron a Londres --los Páez Vilaró, pobre Miguel, que murió hace poco-- a ver la coronación de la reina Isabel II. Esas cartas mamá las prestó, a no sé quién, y llegaron a manos del director del diario El País, de Montevideo, que propuso publicarlas. Así empecé. Un día, con mi carnet de periodista fui a las oficinas del Festival de Cine de Cannes, para acreditarme. "Ah ¿sí? traiga seis notas publicadas por usted en algún diario". Las pedí a Montevideo y me mandaron seis páginas con mis cartas y la foto mía con un epígrafe: "China Zorrilla escribe para El País". Los franceses se quedaron bizcos y me mandaron al mejor hotel que disponían.
Fue el año en que el premio lo ganó "La Dolce Vita". También presentaron, esa vez, "Nunca en domingo", con Melina Mercoury, "Ben Hur" y "La balada del Soldado".
Me pasé todo el festival persiguiendo a Fellini. Tengo una toma de video grabada en la que él me hace así con la mano, como diciendo "Terminála, nena".
Más adelante, en Montevideo, conduje un programa de televisión, "Viejo Hogar". Primero se llamó "Hogar Club", en el canal 12. De dos a cinco, todos los días. Después nos fuimos al 10.

- ¡Eso era hace unos veinte años!

- Hace treinta, querida. Lo hacía con Totó Acosta y Lara ¡Qué personaje, Totó! ¡La mujer más elegante que he conocido en mi vida!: con un pantalón y una camisa blanca parecía una tapa de "Vogue". Y tan cálida. Capaz de transformar cualquier lugar donde estuviera en el más agradable del mundo. Ella y Lolita Muñoz hacían la producción.

RECUERDOS DE PORTEZUELO

- ¿Los veranos de tu infancia, dónde los pasabas?

- En Punta Ballena. Íbamos a lo de Lussich, que era la única casa que había allí, entonces.
Guardo fotos de Gumita, Inés, yo y mi hermana menor, muy chiquita, hace 60, 64 años. Con las ocho hijas de Lussich.

- ¿Estaba ya, "La Solana"?

- No.

- ¿Sólo la playa y el bosque?

- Si.

- ¿Qué recordás de esos veranos?

- El dulce de leche, que hacía el cocinero... en una olla tan enorme que revolvía con un remo. Te lo juro. Era una familia muy grande. Las ocho hermanas Lussich tenían todas marido, ahí tenés dieciséis, Los padres: veinte. Mamá y papá y nosotras: veinticinco. Y además, la peonada.  Nosotras éramos tres hermanas, nada más, después nacieron Teresa y Marica.
Papá era muy amigo de Don Antonio Lussich. La lápida de la tumba de Don Antonio la hizo papá... Aquella fue una época divina. Después pasó un cosa muy triste: las hijas de Lussich le regalaron a papá un terreno, el lomo de La Ballena.

- ¿El lugar más lindo de toda la costa del Uruguay?

- Si. Bueno, tengo claro el recuerdo del día en que papá, muy apenado, dijo "tengo que venderlo". No era vender un terreno, era desprenderse de una época de felicidad...
            ¿Sabés quién vivió, ahí, en Punta Ballena, en la felicidad total, sus últimos años?: Margarita Xirgú. Todo el mundo dice que Margarita Xirgú vivió sus últimos años en Montevideo. No fue así. Vivía en Punta Ballena. Vivía casi sobre la ruta, cerca del km. 120, que ahora hay una gran estación de servicio a la izquierda y un hotelito. Una de esas casas, a media cuadra de la ruta, era la de Margarita.
            Yo voy mucho a la Laguna del Sauce, no a Punta del Este.             Tenemos el proyecto de irnos a vivir a Punta del Este, con Gumita mi hermana. En invierno, Punta del Este, es un lugar mágico --arrulla la voz-- con lindos cafetines tranquilos y restorancitos. Hay un lugar, también, que dan muy buenas películas. Y las caminatas, con ese aire. Y al volver sentarse frente a una estufa de leña. Sólo nos falta ser un poco más viejas -se burla.

- La idea es buena, pero la veo lejos, no te imagino quieta.

- La inquietud no es mi vocación, te aseguro. Es que no puedo sustraerme a proyectos que me apasionan. Y, tampoco económicamente, podría dejar de trabajar.

- ¿Por qué?
- Tengo muchas responsabilidades sobre los hombros, aunque no influyan demasiado los gastos personales: mi auto  se cae a pedazos, este vestido lo estrené en el 83, con "Emily", mis hermanas dicen que me lo van a quemar. Yo me niego a gritos: ¡si está perfecto!

- Cocó Chanel decía que un lindo vestido debe usarse, por lo menos, diez años.

- Si es tan lindo como éste, que diseñó Guma, tiene que durar quince.

- ¡Por qué te gusta tanto usar bufanditas, echarpes?

- No me siento yo, sin algo alrededor del cuello. Una vez iba en un viaje en avión y se me había perdido el que llevaba. Corté tela del dobladillo del vestido y lo fui ribeteando durante el viaje. Bajé con echarpe puesto.

- ¿Tenés  el secreto de la juventud eterna?

- Si fuera exacto que tener, siempre, proyectos rejuvenece, me verías aquí sacudiendo un sonajero. Vivo asumiendo nuevos proyectos y responsabilidades. Pero, en parte, las responsabilidades desgastan. En marzo cumpliré setenta y tres años.

- ¿Lo decís para convencerte?

- Lo sé muy bien. Aunque no me impliquen deterioro físico, están ahí. A veces me gustaría hacerles el honor de no zangolotearlos tanto. Tengo, aunque parezca mentira, una vocación de tranquilidad y soledad... Estoy pensando ahora en mi casita en mis vacaciones y no puedo creer que, en esos días, va a dejar de sonar el teléfono...

            Suena un timbre. Pero es el de la puerta:

- Winnie, llegó Alejandro -le da la correa a su perra cocker spaniel y Winnie se va trotando, a ser paseada por Uruguay y Arenales.

AMOR SIN BARRERAS

- ¿Qué barreras se cruzan, al cumplir años?

- Muchas, felizmente.  Algunas quedan intactas.  Un ejemplo es esa obra maravillosa de Jacobo Lagsner, "Una margarita llamada Mercedes": Una mujer que en el primer acto tiene 79 años y en el segundo 83 (mujer a quien yo conocí, porque es una historia real), que se enamora como loca de un chico de treinta. El la quiere, mucho, como a su madre, su abuela... le encanta esta vieja pintoresca. Pero cuando entiende lo que ella siente no sabe qué hacer.
"Tengo quince años en un cuerpo de ochenta" dice ella en un momento. Todo con mucho humor, pero sabiendo que es en serio.

- ¿Por qué tantos, en el teatro y la vida, sufren por amor?

-¡Pobres de los que no sufren! Siempre es mejor sufrir por amor que no amar.

- Pero hay quienes sufren por no permitirse amar.

- Quieren evitar alguna otra forma de sufrir, supongo. Pero pierden más de lo que ganan.
Hay un miedo concreto, en esta época, que es el SIDA. Pero puede no ser un miedo paralizante sino movilizador.

- ¿De qué?

- De más amor, más comprensión.

- En otras épocas la tuberculosis tenía esa carga amenazante.  

- Si, pero sucede que a principios de siglo se vivía la sexualidad con unos prejuicios espantosos. Y, justamente, cuando éstos se superan, aparece el SIDA.

- Sin temer a ninguna enfermedad, igual hay quienes temen aceptar en su vida los cambios que implica amar a alguien.

- Sí.

- ¿Qué hay contra eso?

- Contra esa negación no hay nada. Salvo ser capaces de generosidad y de alegría.

- ¿La función de los artistas es, en parte, recordar a los demás esa capacidad de generosidad y alegría?

- Yo creo que sí. Pienso muchas veces que el aplauso con que la gente retribuye nuestro trabajo nos emociona siempre porque es como un desborde, en cada uno del público, de su propia capacidad de sentirse generosos y felices. A veces llegan al teatro con esa capacidad adormecida. Si la obra los conmueve, la recuperan.

- ¿Por eso, al salir del teatro, suele uno sentirse feliz?

- Si. Pero es un secreto que descubren los que van. No lo digas.




La vida en una cartera

“La vida de una mujer
       puede guardarse en una cartera”


All the queen´s bags


Amado accesorio, mínimo hogar ambulante, credo estético, fetiche... las carteras están impulsando la moda más que cualquier otro accesorio. Antes de ser glamoroso objeto de culto fueron herramienta de trabajo, identidad de ciertas tribus y compañía de soldados.
   
Los hombres y las mujeres de la Edad Media llevaban bolsas colgadas del cuello, la cintura, el hombro. Y, aun antes, las llevaron las divinidades: Mercurio, dios del comercio y los mensajes, jamás soltaba su bolsa de mano.

Texto: Ana Larravide

Las carteras -desprendida alternativa de los bolsillos- han crecido en el prestigio de su función. De ser útiles de trabajo o distintivo de oficio o clan, coqueto escondrijo de gemelos de teatro, llaves o joyas... se han convertido en portavoces de la personalidad de quienes las llevan; son secretarias, botiquines, restauradoras de imagen y hasta catapultas a Internet.
Muchas estatuas griegas y romanas muestran pequeñas bolsas camufladas entre los pliegues de las túnicas: ¡siempre hubo necesidad de usarlas! Los mensajeros llevaban documentos; los peregrinos, vituallas; los enamorados, esquelas; los médicos, sus remedios más urgentes; los comerciantes, monedas. Para desalentar a los ladrones, el cierre solía ser un afilado puñal atravesado (y, si desde el punto de vista del dueño su cartera era irremplazable, dudaba ante la importuna apelación “la bolsa o la vida”).
         En un pequeño y compacto libro de quinientas páginas –parecido en tamaño a un monedero– que se llama Handbags, the powe of the purse, Ana Johnson comenta mil carteras. Algunas parecen cuadros (Pucci, 1969); otras, joyas (bordadas o recamadas con piedras preciosas: Cartier 1930); otras toman formas sorprendentes: George Ruff, 1928, las diseñó como automóviles o aviones; Paloma Picasso, en 1980, como libros; las hubo en forma de ánforas (Whiting & Davis, 1924) y hasta de balde de champagne (Anne Marie of France, 1940).
            Otro libro, indiscreto y gracioso, echa una ojeada a la cartera de la propia Isabel II de Inglaterra: “Qué lleva la Reina en su cartera y otros secretos reales”. Sus autores, Phil Dampier y Ashley Walton, responden a lo que muchos súbditos se preguntan: ya que S. M. no necesita llevar dinero ni tarjetas de crédito ¿por qué siempre lleva alguna, de considerable porte?  Elemental, señores: la reina usa su cartera como las españolas el lenguaje de los abanicos. Si en una reunión la ubica en el suelo es señal de que no encuentra interesante la conversación y quiere marcharse. En cambio, si cuelga alegremente de un gancho (que lleva dentro de la propia cartera, para sujetarla en la mesa) o de su brazo izquierdo... significa que se encuentra a gusto, feliz y relajada. Ante una invitación los anfitriones serán informados –según los autores de este libro– de que la reina ubicará su cartera sobre la mesa cinco minutos antes de despedirse. Y... ¿qué lleva en ella?: perritos y caballos en miniatura, fotos familiares, bombones de menta, chocolates, crucigramas recortados de los diarios, el famoso gancho para sujetar la cartera en una mesa... y una caja para maquillaje, hecha en metal por el príncipe Felipe, quien se la regaló cuando se casaron hace sesenta años.
Algunos antropólogos y expertos en moda encuentran que estos mundos privados guardan desde los elementos más innecesarios hasta los más decisivos para sus portadores. “La cartera es un inventario de sus vidas -sostiene Jean-Louis Dumas, presidente de Hermès-, completan el cuerpo humano, decorándolo. Vuitton, Jimmy Choo, Marc Jacobs, Fendi, Dior, Dolce & Gabbana... saben mucho de esto. La Hermès Kelly bag, nombrada así en homenaje a Grace Kelly, es la nave insignia de esa firma. Jean-Louis Dumas, con Hélène David-Weill, presidente de la Unión Central de Artes Decorativas de Francia, promovieron la muestra Le cas du sac, en el Museo de la Moda y del Textil de París. Que luego originó un libro.

            Tan llena de significado puede estar una cartera que Samuel Beckett concentró en ella la satisfacción de la protagonista de “Los días felices”, obra que estrenó en 1963: Winnie (Marilú Marini la interpretó hace un par de años en el Teatro San Martín) es una señora que aparece en escena semienterrada en un montículo de arena, bajo el sol. Willy, su marido anda por ahí pero nunca lo vemos, no importa; ella le habla distraídamente, calzada hasta la cintura en su montañita de arena. ¿Atrapada? ¿Desolada? ¿Aburrida? ¡De ninguna manera! Winnie no se considera desprovista de felicidad: con ella, junto a ella... está su cartera.

Un vestido divino no tiene costuras

LA MODA Y LOS REFRANES


“Un vestido divino no tiene costura”

Guo Han, el hombre más elegante de la dinastía Tang, era un joven bondadoso y noble. Una noche de verano admiraba la luna, en su jardín. Vio bajar del cielo a una dama de porte inigualable. Su vestido de seda negra era refinadamente simple, admirable. Guo Han la saludó rodilla en tierra y en esa galante postura observó que el sedoso vestido era de una sola pieza. Siguiendo su mirada, ella explicó: “Soy la divinidad del tejido. Los vestidos del cielo no tienen costuras”.


Texto: Ana Larravide

En China, desde el encuentro entre Guo Han  y aquella diosa, la expresión “un vestido divino no tiene costura” alude a un trabajo perfecto.
      Entre los esquimales, en cambio, las muchas piezas de piel –sabiamente cortadas y  adaptadas a su función en cada parte del traje, bien cosidas entre sí con “punto a ciegas”– son la protección insustituible para mantenerse vivos. Una puntada imprecisa podría dar paso a la humedad... y un cazador perdería la pierna o la vida, congelado, si sus pantalones de piel de oso o su doble y hermética casaca tuvieran la menor filtración.

La importancia del vestido para los seres humanos es tan grande... las leyendas, los poemas y relatos sobre el poder que se le asigna a un determinado ropaje es tal... que, por ejemplo, basta que alguien lleve teatralmente la ropa de otro para que sea tomado por quien no es y, así, bodas apócrifas, crímenes, coronaciones usurpadas, hermanos trastocados y otras farsas han entretenido al público durante siglos, con el simple auxilio de un manto, unas botas y un sombrero de plumas.
Pero hay otro testimonio de la intrincada relación del vestido con la vida cotidiana. No menor que el del teatro, sino distinto: directos, pintorescos, ingeniosos y ciertos... como suele ser lo popular, los refranes resumen en pocas palabras lo que a Roland Barthes o a Giles Lipovetsky podría llevarles un capítulo o un libro.


“El hábito no hace al monje”...  “cambia de idea como de camisa”... “¡ahora se rasga las vestiduras!”... “colgó los guantes”...”ella es quien lleva los pantalones”... ^lo tiene en el bolsillo”... “murió con las botas puestas”... “aunque la mona se vista de seda mona se queda...” “vestirse con las plumas del grajo...”  Cada uno de estos dichos describe en cuatro palabras todo lo que hace falta saber de alguien.


Es notable la identificación personal que parece darse, sobre todo, con ¡la camisa! “Perder hasta la camisa” es quedar desnudo; “vender hasta la camisa” es renunciar a la última posesión. “Dar vuelta su camisa” en términos políticos acusa a quienes cambian de partido, en recuerdo de quienes usaban como forro de la propia el color de camisa del adversario, para desorientarlo o confundirse con él, dado el caso.  Los gitanos “se parten la camisa” el día de su boda: dejan de ser quien eran hasta el día anterior y se entregan a una vida nueva. Un poco más arrevesada de entender es la alusión a “meterse en camisa de once varas”: significa que uno se mete en grandes complicaciones. Semejante frase parece que arranca en la Edad Media: en la ceremonia de adopción de un niño, se aceptaban los problemas que esa decisión pudiera traer. El padre debía meter al niño por la manga de una camisa grande hecha para la ocasión... y sacarlo por el cuello de la prenda. Cuando emergía por allí el padre lo besaba en la frente como aceptación de la paternidad. En algunas regiones de Europa la ceremonia continúa vigente pero es la madre quien la realiza, como una simulación del parto. El dicho exagera las dimensiones de la camisa: once varas equivalen a unos nueve metros. Puede ser que el inventor de la frase temiera que las complicaciones por venir serían tales que destrabarse de una camisa común no las ejemplificaba lo suficiente.
Algo más. Un recurso simpático para cenar bien es darse por invitado a una fiesta. Pero ¿cómo integrarse al casamiento o agasajo en cuestión si uno no conoce a nadie? Nada difícil: sin palabras pero sonriendo y saludando. En los tiempos que el sombrero o la gorra servían para las reverencias los “capigorrones” no dejaban de sacudir el aire delante de todo quien tuviera pinta de pariente verdadero. Una vez franqueadas las primeras trincheras de tías y cuñados podían, gracias a los gorrazos previos, dedicarse a abrir la boca... sólo para comer. 
La gorra es muy útil también para recaudar recompensas por pequeñas funciones de música o magia o actuación callejera, dejándola en el suelo o pasándola entre el público.

En el otro extremo, los pies reclaman también definir situaciones: entre los romanos y los bizantinos el calzado definía las clases sociales y, como referencia, la atención puesta en el “ir bien calzado” perduró en el tiempo. Desde los toscos zuecos costaba llegar a los zapatos que calzaban los burgueses y a éstos, otro tramo los separaba de las botas, que usaban los nobles caballeros. Entonces, “ponerse las botas” era un logro. La frase expresaba que un golpe de fortuna había llevado a alguien al uso de las carísimas botas.
Y ya que empezamos con un cuento concluyamos con otro: Plutarco en "Vidas paralelas", cuenta que Paulo Emilio, un patricio romano muy respetado por su sentido de la Justicia, dispuso separarse -aparentemente razón- de Pipiria, su joven, bella y virtuosa esposa, madre de sus dos hijos. Como sus amigos le negaban comprensión él mostró su zapato diciendo. “ ¿Han visto ustedes otro más fino o mejor trabajado que éste? Pues bien: sólo yo sé dónde me aprieta.


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volumen I y II. Madrid: Aguilar.


Montesquieu (1758, 1995) escribió l´Esprit des lois, por qué no creer en,
como decía el filósofo e historiador Thomas Carlyle (1834, 1945), un Esprit de
vêtements? En el modo de vestir descubrimos esa “idea arquitectónica subyacente” a la
que dicho autor hacer referencia.
El cuerpo, las vestimentas que utilizamos para cubrirlo constituyen, sin lugar a dudas, la proyección más íntima de nuestro propio ser.